Una ruta por el barrio de Los Lavaderos permite apreciar el enorme contraste entre zonas separadas por apenas unos metros. Delante aparecen el hotel Mencey, Hospiten y algunas de las mansiones más deslumbrantes de la capital tinerfeña, todo ello en plena Rambla de Santa Cruz. Pero hay otro lado del espejo, alejado de la vista, justo detrás y a la vera del barranco. Dos mundos opuestos en el mismo sitio.

EL DÍA recorrió esa zona baja del barrio con José Frías, vecino "de toda la vida". Tras dejar atrás el paseo Marañuelas y los lavaderos que dan nombre al barrio, donde se nota el buen trabajo de la asociación de vecinos, ya en la calle Carlos Chevilly se aprecian las primeras huellas del deterioro y el abandono con peligrosas grietas en algunas viviendas, muy cerca de donde la riada del 31 de marzo de 2002 se llevara la vida de dos vecinos.

Hace muy poco, el pasado mes de noviembre, pudo repetirse la tragedia en el cercano pasaje Laurel, ya que las fuertes lluvias derribaron una casa que quedó en estado de siniestro total. "Por suerte no vivía nadie, aunque sí al lado, pero si coge a alguien dentro, lo mata", apunta José.

Muy cerca, en el pasaje Almeyda, nuestro protagonista nos insta a caminar detrás de él y a pisar con cuidado por seguridad. Luego señala un enorme agujero en el suelo: "Esta es una trampa mortal porque la humedad reblandeció el piso que cedió. Cayó dentro un chico, Alberto, y se hizo varias heridas. Nosotros mismos lo hemos entullado para evitar accidentes. En algunas casas se oyen ruidos de obras porque "hay gente que ha tenido que volver a la casa de padres o abuelos por la crisis y las están arreglando. Okupas no hay porque no les dejamos meterse".

En el limítrofe pasaje Las Piedras hay otro "punto negro". "Son ocho casas tapiadas porque a sus dueños les dieron casa en Añaza o el barrio de La Alegría, aunque alguna está todavía habitada. Están en riesgo de caerse en cualquier momento. Aquí se acumulan las basuras, y los restos de viejas construcciones dan una imagen de ruina total".

El camino continúa hacia el barranco con más síntomas de abandono y dejadez. "Las aguas fecales salen a la superficie porque el alcantarillado está mal y no lo arreglan", apunta Frías.

El final de la ruta es el puente peatonal de madera que devuelve al paseo Marañuelas. No está tan mal, igual que la pequeña cancha deportiva anexa que se usa como aparcamiento. Puente y cancha preceden al regreso al lado de delante, el de una ciudad moderna, limpia y cuidada. El retorno por Marañuelas deja ver muy cerca el hotel para el que parece haberse hecho este camino. En el margen derecho, lujo casi asiático; en el izquierdo, absoluto abandono.

José se despide con una advertencia: "Está bonito (Marañuelas), pero como venga otra riada el agua nos tira a todos al barranco".