En la calle Miraflores, continúa uno de los escasos estandartes de aquel viejo Santa Cruz poblado por marineros y demás gentes de los orígenes más humildes. Se trata del bar La Granadina, auténtico reducto del pasado y único superviviente de un inmueble que, literalmente, se cae a pedazos y que, como tantos otros, está a la espera de la aprobación definitiva del polémico PGO de la capital tinerfeña para definir con claridad su futuro. El bar lleva inserto en la calle Miraflores, señera vía situada en pleno centro de la ciudad pero con una idiosincracia muy particular siempre marcada por los sambenitos de la marginalidad y la prostitución, desde la década de los cuarenta del siglo pasado y aún continúa abriendo al público. Fundado por un granadino, de ahí su nombre, el local lo reformó en 1950 un herreño que no llegó a regentarlo y que se lo vendió al padre de nuestro protagonista, que estuvo al frente del negocio hasta que falleció en 1981.

Desde entonces, es Antonio García (Santa Cruz, 1958) quien regenta un bar con una clientela fija (casi una familia) y con el obstáculo añadido de formar parte de una zona a la que se le ha colgado el sambenito de conflictiva o, como mínimo, de ser asidua de las clases de más bajo estrato social.

Sin embargo, esto no es problema para Antonio, al que todos llaman Toño, porque "La Granadina ha pasado por todas las etapas inimaginables", según dice. Toño no sabe a ciencia cierta si su bar es el más antiguo de Santa Cruz pero, en todo caso, aunque careciera de tal título oficial lo que está claro es que un local que permanece abierto desde hace setenta años rezuma un olor especial.

Desde la glorieta ubicada frente al Mercado Nuestra Señora de África y atravesando el puente de General Serrador, un desvencijado edificio de color amarillo que da por un lado a la calle Miraflores y por otro a la vera del barranco de Santos alberga el reducto de Toño, el único local que permanece abierto en todo el inmueble.

El edificio llegó a contar con 18 viviendas en la segunda planta y con unos diez negocios en la baja. Un supermercado, dos carpinterías, una bodega, todos fueron cerrando con el paso de los años. Todos excepto La Granadina.

"Desde que el bar lo tenía mi padre se decía que el edificio lo iban a tirar y ya ve", comenta Toño. Sentado en una pequeña mesa del local, alterna la historia de su vida ligada a la calle Miraflores con los saludos a los asiduos que entran al bar y se sorprenden por verlo fuera de la cocina, su hábitat natural en horas de trabajo.

Toño relata su historia mientras mira de soslayo al personaje que siempre se le "apalanca" en la máquina tragaperras. "Mi padre era una persona muy recta y no dejaba que entraran las putas", es de la primeras frases que suelta sin tapujos. Toño siempre habla de las prostitutas con cariño y sin el más mínimo tono recriminatorio en su voz y es que su profesión, dicen que la más antigua del mundo, no tiene nada que ver con que por la mañanas entren a tomarse un "barraquito".

"En aquella época vivíamos prácticamente de la Caja de Ahorros y de Radio Nacional. Yo ayudaba a mi padre y tenía que ir con la bandeja a llevar los desayunos a la radio", recuerda Toño.

Cuando falleció su padre, se hizo cargo del local . "A partir de ese momento comenzaron a venir las putas al bar. En realidad, yo no las iba a echar si no armaban escandaleraasí que algunas comenzaron a ser clientas habituales". En realidad la clientela de La Granadina ha sido de lo más variado. "Aquí han desayunado desde directores de banco a chulos y prostitutas. A lo mejor uno en una mesa y otro en la de al lado y siempre sin ningún problema".

Toño desvela medio en broma medio en serio que hasta Álvaro Arvelo, actual presidente de CajaCanarias, se desayunaba en La Granadina "cuando era botones" y "siempre le gustó mucho porque decía que era donde único podía estar tranquilo".

Toño sólo se pone algo más serio cuando recuerda "la mala época", allá por 1996, cuando el bar estuvo a punto de cerrar por los "camellos" instalados en el edificio abandonado de al lado.

"Menos mal que empezaron a construir el parking de la plaza Weyler y como desviaron todo el tráfico por Miraflores hicieron una redada muy famosa y se acabó el problema. Podían haber hasta 400 personas esperando por su dosis", cuenta Toño, un tipo afable y con dotes extraordinarias para el dibujo (de su precisión en los retratos a lápiz, con lupa en ristre, habría mucho que hablar puesto que es un auténtico virtuoso que ha llegado a exponer sus trabajos en varias salas culturales).

"Reconozco que La Granadina es un bar que si no lo conoces no entras por la mala imagen de la zona pero, en realidad no me importa. Prefiero tener tiempo libre", replica Toño cuando se le pregunta por su peculiar "radio de acción". "Espero que eso no cambie a partir de ahora", sentencia.