Virginia Hernández Baute lleva muy bien sus 81 años de intensa vida. Esta chicharrera, que reside en la avenida de Venezuela, aunque, como dice con orgullo, "soy de la calle Pescadores, lo que hoy es Buenos Aires", se encuentra plena de lucidez y muy fuerte físicamente para su edad. El pasado martes día 9 sufría una caída que le supuso recibir diez puntos de sutura en la cara, aunque peor le fue en el plano moral porque cuando se recuperó del golpe, a los tres días, acudió a poner una denuncia por el mal estado de la vía donde resbaló y no sólo no pudo, sino que terminó pagando 23,60 euros. Increíble, pero cierto.

Virginia, que confiesa que le gusta mucho el baile, recibió a EL DÍA en plena faena doméstica, después de haber terminado la comida como hace habitualmente cada día. Las secuelas del tropiezo resultan evidentes, incluyendo un brazo magullado, pero le indigna más lo ocurrido posteriormente. Ella misma explica lo que pasó: "El martes día 9 por la tarde, sobre las 17:30 horas, bajaba la calle Calvo Sotelo hacia La Rambla y en la esquina fui a bordear un coche para pasar y ya no me acuerdo de nada más. Debí tropezar con el bordillo y me di un tremendo golpe en la cara".

"Empecé a sangrar de forma aparatosa y escuchaba a un hombre que a gritos decía que no me levantaran, mientras pedía una ambulancia y que viniera Atestados para presentar una denuncia. Al final llegaron dos motoristas de la Policía Local y la ambulancia, que me trasladó al hospital de La Candelaria donde me dieron diez puntos y después de cerca de tres horas volví a mi casa con mis hijos que, como es lógico, habían sido avisados de inmediato" añadió nuestra protagonista.

Virginia recuerda a los primeros que le auxiliaron: "Fueron unos chicos jóvenes que creo que tenían el coche averiado y se portaron muy bien. Me dieron ánimos en todo momento y se quedaron conmigo hasta que me trasladó la ambulancia. Les estoy muy agradecida, igual que al señor que comenté antes. Pero aquí empieza la segunda parte de mi historia".

Y la continuación, en boca de ella misma, tampoco tiene desperdicio: "A los tres días, cuando pude, porque ya me encontraba algo mejor, uno de mis hijos me llevó a la sede de la Policía Local en la avenida Tres de Mayo. Allí el funcionario le dijo a mi hijo que no podía poner denuncia porque ya había una anterior que, pensamos, puede ser del testigo para reforzar su queja por el mal estado de la acera o de los mismos policías. Quería saber quién era el señor que me ayudó y entonces el agente remitió a mi hijo a que fuera enfrente, a la segunda planta del edificio de la Gerencia de Urbanismo, donde está el área de Servicios Públicos".

La última parte de este episodio verídico reúne tintes casi surrealistas: "En Servicios Públicos le dijeron a mi hijo que si no pagaba para solicitar el expediente no habría denuncia ni podría saber quien la puso. Mi hijo, que no está obligado a conocer estos trámites, abonó los 23,60 euros que le pedían y le dieron una copia de que había pagado y el ticket. Eso no me sirve de nada ahora, ni para una cosa ni para la otra, y me indigna porque soy pensionista y no llegó a 500 euros mensuales de paga. Además, tengo el botón para llamar a la Cruz Roja en caso de emergencias porque vivo sola de alquiler y una ayuda municipal. No entiendo nada".

Lo que pretendía Virginia Hernández era, simplemente, poner una denuncia contra el Ayuntamiento de Santa Cruz por el mal estado de la vía en la que se cayó. Tal vez, el funcionario de turno no supo o no quiso explicar correctamente los pasos a seguir. A conciencia o no, lo cierto es que no sólo le ahorró a la corporación una denuncia sino que terminó recaudando 23,60 euros. Y puede que no sea la primera vez que pasa.