CON el paso de los años se acrecienta la fama de una de tantas leyendas laguneras, que, al ir acompañada en este caso con las apariciones de un fantasma, ha comenzado a traspasar las fronteras insulares y ha merecido un inusitado interés, que a estas alturas se puede ya indicar como internacional. Me estoy refiriendo al fantasma de una mujer que haría sus apariciones, según los testimonios de quienes aseguran haberla visto, dentro del Palacio Lercaro de la ciudad de La Laguna, sede en la actualidad del Museo de Historia de Tenerife. Estos la describen como una mujer joven, vestida de blanco, que pasea por las dependencias del museo y mueve los objetos, pero que nunca se dirige a nadie ni parece tener intención de transmitir ningún mensaje ni petición. Se trataría, a tenor de estos testimonios, de un fenómeno de carácter no agresivo, y que se ha visto rodeado por esta razón de un aura de amabilidad y cariño que ha provocado el que ya algunos acudan a este edificio con el único fin de encontrarla.

Se da la circunstancia de que estos testimonios personales han sido relacionados con una leyenda sobre el desgraciado fin de una mujer que vivió en ese mismo edificio hace ya algunos siglos, lo que ha propiciado que ambos hechos hayan sido relacionados como causa-efecto, y que a este espectro se le esté dando popularmente el nombre de Catalina Lercaro. El estudio del fenómeno paranormal ya ha sido abordado, como, por ejemplo, lo fue recientemente en el programa televisivo de ámbito nacional "Cuarto Milenio", en el cual participé con un resumen de esta investigación histórica1.

Sin entrar a valorar la autenticidad o no del fantasma, o lo que hayan experimentado realmente los testigos, lo que me interesa ahora es analizar el origen y base histórica de la leyenda. ¿Existió realmente el personaje recogido en la leyenda? O mejor dicho, ¿hubo alguna mujer cuya vida y muerte encaje con el perfil recogido en el relato legendario? Como se ve enseguida, podemos prescindir totalmente del espectro para esta investigación; no nos interesa. Solo deseamos escarbar en la historia y obtener una respuesta positiva o negativa.

Cuando el historiador se enfrenta al estudio crítico de una leyenda busca dos cosas: la segunda es la recopilación de datos, pero la primera, el punto de partida, estriba en intentar fijar la leyenda, salvando así el escollo que supone la frecuente existencia de varias versiones, cada una de ellas con sus propios detalles, frecuentemente contradictorios. Para ello se debe buscar la formulación escrita más antigua, o el testimonio oral más antiguo; si es posible, hallarlo.

En este caso me ha sido imposible conseguirlo, pues no he localizado ningún testimonio escrito ni oral anterior a las obras de acondicionamiento del palacio para ubicar en él el Museo de Historia de Tenerife en la década de los años ochenta del siglo XX, lo cual deja abierta la posibilidad de que, al fin y al cabo, se trate de una leyenda inducida, o sea, de un relato que surgió con posterioridad a las primeras apariciones del fantasma para justificarlo. Por ello me veo obligado a remitirme al primer relato oral que conocí de esta leyenda, a mediados de la década de los noventa del siglo XX.

Una muchacha de la familia Lercaro fue comprometida en matrimonio con un hombre al que no amaba, un pirata, y la noche de bodas se quitó la vida. He aquí el escueto relato oral que conocí por vez primera.

En aquella época me contaba de la forma más natural el personal del museo2 que el nombre de Catalina "surgió" de la necesidad de personalizar y hacer más cercano al personaje, pues en el relato que conocían no aparecía este nombre, pero como en la familia en cuestión se había empleado en varias ocasiones este nombre de pila parecía lo más natural y lógico atribuírselo, lo que a la postre se ha incorporado al relato legendario con tal carta de presentación que hoy se da por indubitable, aunque, en base a lo dicho, me consta que hace dos décadas no era así.

Aprovechando que estaba realizando una investigación en profundidad sobre los Lercaro asentados en Canarias3, me apliqué a rastrear la vida y muerte de todas y cada una de las mujeres de esta familia que habitaron este palacio desde su construcción a finales del siglo XVI hasta el siglo XIX, con la intención de constatar si alguna de ellas podía encajar con los detalles expuestos en esta corta narración.

Se trataba de identificar cuáles fallecieron de manera repentina en edad casadera o recién casadas, y solo localicé dos. De ellas, la que menos se asemeja es Francisca Lercaro, que falleció soltera a la edad de 28 años, y fue enterrada en el convento de San Francisco de La Laguna el 21 de septiembre de 1781, "hija de Don Juan Lercaro Justiniano y de Doña María Fonseca difunta, vecina de esta ciudad en esta feligresía. Recibió solamente el santo óleo porque el accidente no dio tiempo a los demás sacramentos"4. La partida de entierro no aclara en qué consistió este accidente con resultado fatal súbito, lo que no excluye algún otro suceso sobre el que no convenía dar más detalles, como pudiera haber sido el suicidio. Sin embargo, no he logrado constatar si se estaba intentando casarla, lo cual, dada su edad, hubiera sido bastante lógico y normal.

En la segunda candidata, por el contrario, confluyen una serie de circunstancias bastante prometedoras en la línea de lo que buscaba. El 5 de noviembre de 1695 fue bautizada Úrsula María de los Remedios, hija de don Diego Lercaro Justiniano y de doña Elvira María de Herrera Leiva Urtusaustigui5. Fue la primogénita de sus padres, y gozó de una muy buena posición social y económica, pero eso no le aseguró la felicidad.

Una persona que la conoció, el regidor Anchieta y Alarcón, escribió en su diario hablando de ella y de su matrimonio con don Pedro de Nava Grimón, tras enumerar la cuantiosa dote que proporcionó a su marido: "No tuvo hijos. La dicha doña Úrsula no hizo testamento. Parece estuvo poco tiempo casada. Hubo disgustos de los padres de él. Y él casó después con doña Felipa Porlier, hija de don Esteban Porlier, cónsul de Francia, y esta se volvió loca"6.

Don Pedro de Nava era hijo de los marqueses de Villanueva del Prado, pero no el primogénito, y por tanto no le correspondía heredar el título y el grueso de la fortuna familiar, solo que por azares del destino le correspondieron finalmente a él, veinte años más tarde, a causa de haber ido falleciendo sus hermanos mayores. Pero esa carambola del destino aún no había sucedido cuando se casó con Úrsula. Su enlace no parece haber sido un matrimonio por amor, sino, muy posiblemente, por conveniencia. Solo así se entiende que hallándose en la ciudad de La Laguna no quisiera quedarse para consumar la unión, sino que otorgase poder el 17 de abril de 1725 para que otro se casase con ella en su nombre (un matrimonio por poderes), alegando que "no puede hallarse presente a desposarse con dicha Señora doña Úrsula María Lercaro por estar de próximo a embarcarse para las Indias"7.

He podido aclarar un poco más este viaje, pues unos días antes, el 23 de marzo, declaraba tener un barco de su propiedad anclado en el puerto de Santa Cruz: una fragata nombrada "Santa Rita", alias "La Goleta", y que había recibido 2.026 pesos de a ocho reales de plata de manos del famoso Amaro Pargo, al que la posteridad conoce sobre todo por su faceta de corsario. Se disponía a viajar al puerto de La Guaira, en Caracas, y a comerciar con cacao para su socio inversor.

Pedro de Nava no entraba en la línea sucesoria directa del título familiar, por lo que se entiende que optara por buscar fortuna en las Indias y en el comercio, y que no desdeñase asociarse con un personaje con tan curiosos y variados intereses como Amaro Pargo, aun cuando ello significase no esperar para casarse con Úrsula, de la que, sin embargo, se beneficiaría de la dote8.

Por una de esas curiosas coincidencias de la vida, se halla actualmente en el patio trasero del Palacio Lercaro el brocal de un pozo que fue trasladado allí recientemente desde la casa de Amaro Pargo, en el barrio de Machado, y en el cual se ha venido a suponer por parte de muchos que fue donde se suicidó la muchacha en cuestión, y se asoman al mismo buscando el pozo, y al no verlo creen que está cegado con tierra, cuando en realidad no corresponde a ese lugar. Decía que es una extraña coincidencia, porque el marido de Úrsula se asoció con Amaro Pargo, el corsario, y a la muchacha de la leyenda se la supone casada a disgusto con un pirata, y por muchos, suicidada dentro de su pozo.

Pedro, que encaja con la leyenda en cuanto hombre que buscaba la fortuna en la mar y en su asociación con Amaro Pargo, se marchó a Venezuela, dejando sola a su ya inminente esposa, que quedó, tal como recordaría años más tarde Anchieta y Alarcón, expuesta a los disgustos con sus suegros, aunque aquí le falló algo la memoria, pues el suegro había fallecido en 1716, por lo que en todo caso los tendría con la suegra.

Dos años más tarde falleció Úrsula de manera repentina, tal como sabemos por su partida de entierro: "En 20 de julio de 1727 años se enterró en el convento de San Francisco de esta ciudad doña Úrsula Lercaro y Justiniano (...). Murió abintestato [o sea, sin hacer testamento], y por saber tenía sepulchra maiorum9 en dicho convento convino el beneficio en que se enterrara en ella"10.

Poniéndonos en el lugar de Úrsula, podríamos imaginarnos a una mujer entristecida, vendida por su padre al mejor postor; abandonada por un marido que no parecía profesarle el cariño que podía esperarse de un hombre enamorado, sufriendo disgustos de parte de su suegra y sin tener el consuelo que podría haber recibido de su madre, fallecida tiempo atrás. Ignoramos cuál fue el desenlace, cómo fue su muerte; solo que murió con 29 años de edad, en la flor de la vida, y sin haber hecho testamento, lo que podría estar indicando una muerte tan repentina que no tuvo ocasión de arreglar sus últimas voluntades. A la vista de todo lo expuesto, la leyenda podría tener una base histórica, y no resultaría descabellado tomarla en consideración.

No quisiera concluir este artículo sin aclarar un detalle que se ha ido deslizando poco a poco en el relato, y hoy parece tener carta de naturaleza. Me refiero a la afirmación de que Catalina, tal como la siguen llamando, al haberse suicidado no podía ser enterrada en suelo sagrado y que su cuerpo fue sepultado en secreto dentro del recinto del palacio, y que aún yace ahí, escondida y perdida.

Es cierto que a los suicidas la Iglesia les negaba la sepultura eclesiástica dentro de los templos y los cementerios, pero en este caso se da la circunstancia de que la familia Lercaro se enterraba en el convento de San Francisco de La Laguna, para el que se hacía excepción con esta norma por estar extramuros de la ciudad. Hoy puede parecer desconcertante la expresión de "extramuros" aplicada a la ciudad de La Laguna, cuando nunca tuvo murallas ni muros perimetrales, pero el caso es que se aplicaba a las iglesias y ermitas que estaban fuera del casco de la misma, como era el caso de este convento y el de San Diego del Monte. Suicidas, fallecidos al batirse en duelo y condenados a muerte recibían cristiana sepultura en San Francisco; no era necesario buscar un escondrijo para sus cadáveres.

Catalina, Francisca, Úrsula..., sea cual sea su verdadero nombre su leyenda ha cobrado vida propia y espera al visitante agazapada entre los muros de su palacio.

NOTAS:

1 Quinta temporada, capítulo 5º, emitido el 25 de octubre de 2009.

2 En aquel entonces mantenía una relación asidua con esta institución por formar parte de un grupo multidisciplinar que desde la misma trabajaba en la identificación de unos restos humanos descubiertos en el claustro principal del convento de San Agustín de La Laguna, y cuyas conclusiones fueron publicadas años más tarde en: AA.VV., "Una cripta del siglo XVI. Investigaciones multidisciplinares en torno a su hallazgo", coordinadora: Carmen Dolores Chinea Brito, 2004.

3 SANTANA RODRÍGUEZ, Lorenzo, "El secreto de los Lercaro. Criptojudaísmo en el arte canario", 2007.

4 Archivo parroquial de Nuestra Señora de los Remedios de La Laguna, depositado en el Archivo Histórico Diocesano de San Cristóbal de La Laguna (en adelante: APR), libro 9º de entierros, f. 265v.

5 APR, libro 15 de bautismos, f. 5v.

6 Archivo municipal de La Laguna, Fondo Ossuna, 0-9-1, f. 128v.

7 Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife (en adelante: AHP), Protocolos notariales, leg. 1.110, ff. 37r-38v.

8 AHP, Protocolos notariales, leg. 1.110, ff. 33r-37r.

9 Para entender la significación del "sepulchra maiorum" (sepulcro de los antepasados), remito a: CHINEA BRITO, Carmen Dolores, y SANTANA RODRÍGUEZ, Lorenzo, La investigación histórica, una cripta del siglo XVI. Investigaciones multidisciplinares en torno a su hallazgo, 2004, pp. 81.97-99.

10 APR, libro 7º de entierros, f. 176r.