Alejandro Martín Pérez desapareció el 11 de mayo de 2017. Una tarde noche que coincide en fecha con la disputa de la prueba vertical de la Transvulcania. Tazacorte estaba lleno de gente. En aquel momento, el joven llevaba una camiseta blanca con dibujo gris, pantalón corto y zapatillas blancas con rayas azules. Mide 1,60 metros, moreno, de apenas 26 años. Se marchó en su coche. Parecía un día normal como cualquier otro, pero no lo fue. Desde aquel momento no se sabe nada de él.

La denuncia ante la Guardia Civil se presentó el 13 de mayo (sábado), cuando ya era evidente que no había frecuentado sus lugares de costumbre y nadie lo había visto desde ese jueves. Ese mismo día, por la tarde, encontraron su coche en un lugar inhabitual. El vehículo, un Opel Corsa de color blanco, estaba abierto, pero sin las llaves en el interior. Sí se localizó su cartera.

Ese fin de semana, algunos de sus familiares y amigos peinaron sin resultado todos los lugares por donde pudo perderse, caerse, sufrir un desmayo... Se recorrió la costa de Tazacorte. La búsqueda oficial, por tierra y aire, se inició el día 15 (lunes) y se prolongó hasta el 19, manteniendo siempre la investigación sobre un caso que sigue abierto.

Las batidas en la zona de Los Palacios se multiplicaron. El resultado fue siempre el mismo: ni rastro de Alejandro, separado de su pareja y con un hijo. Se preguntó por su paradero a cada una de las personas que lo conocían. A todo aquel que pudo tener alguna relación con el joven. Pero nadie lo vio después del día de la desaparición. Ese jueves se pierde toda pista.

"La incertidumbre es peor que cualquier realidad". La afirmación contundente parte de su propia madre, María del Mar, que desgarrada de dolor tras tanto tiempo de misterio es consciente de que hay quienes a su hijo ya lo han dado por muerto: "se dicen muchos bulos, la gente habla cosas como si no tuviera familia, pero yo ahora no estoy para discrepar con nadie". Ella se sigue agarrando con fuerzas a la esperanza, con todas sus fuerzas, aunque no esconde que el día a día "es muy duro. Las noches duran 48 horas". Pero no se rinde y aprovecha su Facebook para recordar cada día a Alejandro. Agradece "a la gente que sigue ahí, a la gente que no lo olvida, que me ayuda a seguir".

Cuando se le pregunta directamente por lo que pudo ocurrir esa tarde, por sus sensaciones, María es sincera: "No lo sé. Solo puedo decir que por casa pasaba casi a diario y que si estaba sin teléfono me avisaba del de algún amigo para que no me preocupara. Es de costumbres. Y ahora no está. Tampoco me dicen nada más porque hay secreto de sumario. Llamo cada semana (a la Guardia Civil) y me atienden con mucha amabilidad, no tengo nada que reprochar, pero siempre me dicen que no pueden dar información".

Se rompe y explica que es un sufrimiento diferente: "Mucha gente cree que esto ha sido como un fallecimiento o algo así, pero no lo es. Realmente no sabemos qué es. No hay un punto final que ayude de alguna manera a afrontarlo y buscar una forma de vivir. Sigues anclada en esos días porque realmente no ha acabado". Y no acabará, al menos para ella no, hasta saber qué pasó aquella tarde.