Los Llanos de Aridane tiene abandonada en medio de la ciudad una de las edificaciones con una historia más singular: su antigua cárcel, que durante casi medio siglo ocupó la Casa Wangüemert y Kábana, situada en el número 22 de la calle La Salud, a apenas unos 300 metros del ayuntamiento en una parcela de más de 450 metros cuadrados.

No se disponen de datos exactos sobre el año de construcción del inmueble, pero se supone que data de la mitad del siglo XVIII. La primera fecha de inscripción en el registro de la propiedad es de 1912 y sus primeros propietarios pertenecían a la familia Wangüemert. A principios de los años 40 del siglo pasado, comenzó su andadura como cárcel o depósito de detenidos.

En aquella época, se modificaron las dependencias de la planta baja en celdas, mientras la superior se mantuvo como vivienda, conviviendo durante un tiempo, aunque parezca sorprendente, ambos usos. La casona dispone en la actualidad de una construcción anexa y hay indicios que claramente sugieren que se edificó para la sección destinada a mujeres detenidas.

La parte de la cárcel para los hombres contaba con cinco celdas, que se ubicaban en la planta baja del edificio principal. Por el hecho de que todas las dependencias tenían acceso directo a un patio, y tras haber cerrado los accesos de puertas y ventanas a la calle, apenas se mantuvo una pequeña rendija para ventilación y un poco de luz, se logró una distribución muy apta para su uso como prisión, el llamado "doble cierre": puerta pasillo 1, puerta pasillo 2, patio con celdas agrupadas y a su vez cerradas.

La prisión fue sometida a algunas modernizaciones con el paso de los años. En sus comienzos, se reforzaron las puertas viejas con pletinas de hierro y rejas, con posterioridad se utilizaron puertas de acero. En tres de las celdas se colocaron más tarde instalaciones mínimas sanitarias, en forma de placa turca. Las camas eran de bloque y hormigón.

La sección de mujeres tenía dos celdas, con instalaciones sanitarias externas, en una pequeña edificación en un extremo del patio anexo. También hubo un lavadero. Sí, sin lujos.

Resulta curioso que la segunda planta fueran durante tiempo viviendas, con un baño prácticamente encima del baño de los presos, una azotea sobre una celda, escuchando los ruidos y lamentos de aquellos que pasaban noches y días entre cuatro paredes...

La cárcel contaba con un total de siete celdas: de entre 30, la número 1; y 11,58 metros cuadrados, la 5. La mayoría eran de unos 16 metros cuadrados. También disponían de un baño (de 3,15 metros cuadrados) y lavadero para los hombres, mientras que las mujeres tenían una pequeña zona con ducha, un aseo y lavadero. La superficie útil de la planta baja era de 191 metros cuadrados. En la planta superior hubo hasta cinco habitaciones, con cocina, baño, terraza y galería. Una casa de unos 325 metros cuadrados útiles a dos niveles.

La prisión se fue dejando de utilizar hasta acabar definitivamente por cerrar sus puertas. Ahora, huele a vieja. Un armazón que pide atención. Y se intentó. Hubo proyectos y también propuestas para recuperar la casa. El ayuntamiento llegó incluso a pagar 18.000 euros en 2010 por un proyecto de restauración, del que se ha obtenido información para elaborar esta reportaje. La idea era desarrollarlo a través de un taller de empleo, con formación complementaria en informática, pero nunca llegó a aprobarse.

El último intento, e insistente, ha sido del grupo municipal de Izquierda Unida. Planteó una propuesta para convertir la antigua cárcel en una casa municipal de la juventud, con aulas para talleres, salas de ensayo, salón de actos, lugar de reuniones, patio exterior para exposiciones y aprovechar la planta alta como un albergue juvenil. La idea tampoco salió adelante.