No era amigo de todo el mundo ni tampoco lo pretendía. Al contrario, era incluso reservado, había que ganarse su confianza... y merecía la pena intentarlo. El doctor Antolín Espinel Herrero falleció a los 83 años. Sin dolor y rodeado de su gente. Leído así, sin más, parece un tópico que utiliza el redactor para "amarrar" la frase. No lo es. Es real. Su mujer y sus cuatro hijos -eran toda su vida-, en torno a su cama. "Ya puedo irme tranquilo", pudo quizás pensar en aquel momento tras observar a cada uno de ellos. Uno a uno.

"Era recto, cumplidor, muy conocido en el pueblo y al que no le gustaba estar en la calle sino con su familia; una persona de su casa". Gregorio Acosta Pulido recuerda a su compañero de profesión como "un gran profesional y una excelente persona". Eso sí, "reservado, pero abierto y cariñoso para sus amigos". ¿Anécdotas?, "no era un hombre de grandes anécdotas. Era un hombre de trabajar, cumplidor, de palabra, al que merecía la pena conocer".

Antolín Espinel nació en Valladolid, aunque su historia más vital la escribió en Burgos. Arriba, en el Norte de la Península Ibérica, fue médico de un pueblo. Era otra época, donde los medios para los profesionales de la sanidad eran escasos. Se tiraba de imaginación, de talento, de intuición. Servías o no servías. No había término medio porque la gente rural notaba las debilidades, las dudas, al instante. Él valía. Allí conoció a María de los Ángeles Gómez. Ella era maestra. La "seño" del terruño. Una palmera guapa que se ganaba la vida en el mundo de la enseñanza lejos de su hábitat natural. Una mujer de principios. Tuvieron cuatro hijos (Jorge, subdirector de EL DÍA; Alberto, Raquel y Aida) y después de "armar" la familia decidieron volar definitivamente a La Palma.

El médico pucelano "aterrizó" en Tazacorte. De Burgos, al mar. Allí compartió consultas, conversaciones, incluso secretos, con "Cheché", otro doctor de los buenos. Falleció unos días antes. La vida a veces resulta curiosa. En el Hospital palmero estuvieron puerta con puerta antes de despedirse de la vida. También marchó ya José Adolfo, el farmacéutico y también exalcalde del pueblo. Formaban un buen equipo. Tal vez aún lo formen.

El doctor Espinel "subió" luego a Los Llanos de Aridane. Su plaza en Tazacorte fue cubierta por Eduardo Orihuela: "Coincidimos en alguna ocasión, pero no lo conocía como para poder hablar ahora de cómo era", recuerda el que también fuera jugador del equipo de fútbol Sociedad Deportiva Tenisca.

Nieves Rosa Arroyo sí coincidió con él. Son de otra generación, pero se encontraron cuando la doctora acababa de iniciar su carrera. Era junio del año 1990. Lo dibuja como una persona "seria y disciplinada". Quizás tuvo más contacto con el Antolín ya retirado: "Siempre me trató con mucho cariño". Reflexiona para valorar "los pocos recursos que los médicos como él tenían cuando empezaron".

Antolín era "de buena boca", que dicen las madres. Le gustaba comer bien. Al final de su vida, perdió el apetito. "Desde junio ya no era el mismo", recuerda su compañera de viaje de toda una vida. María de los Ángeles llevaba 50 años casada con aquel joven que un día conoció en Burgos. Sí, el medio siglo lo cumplían en diciembre. Envejecieron juntos, aunque reconoce que "durante los últimos meses de su vida su mirada era triste". Aprieta las manos. Le sale de dentro. De donde solo hay sentimientos.

El sepelio del médico de pueblo y amante de su gente, quizás sean los calificativos que mejor lo definen, tendrá lugar hoy sábado, a las 10.45 horas, desde la funeraria del Sagrado Corazón, en Los Llanos de Aridane, a la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios.