Se acerca el día en el que el artesano Víctor García (70 años), el único latonero que queda en La Palma, tendrá que retirarse definitivamente, por edad, por el cansancio acumulado de toda una vida trabajando, como tantos palmeros amarrados al campo. Pero su oficio, al que también se denomina como hojalatero o tornero, es único y no puede olvidarse. Necesita de alguien que siga sacrificando su tiempo, su ocio, para mantener viva una tradición artesanal que sólo se puede encontrar en el municipio de Mazo.

Esa dura e irrenunciable carga recae en los hombros de otro Víctor García, su hijo. A sus 46 años es un hombre comprometido. De tal palo, tal astilla. Consciente de lo que significa el elogiado, pero mal pagado, trabajo que ha hecho su padre. Por ello asume, con resignada satisfacción, la herencia de hojalata que recibe y que le obliga a convertirse en el nuevo maestro artesano del latón, del cobre o del aluminio.

Al pie de la letra.- Víctor, el padre, apreciado entre más de 500 artesanos con carnet en La Palma, ejerció su oficio dedicándole todo el tiempo que le dejaba su otro trabajo, el obligado, el que de verdad le daba de comer, en la Molina de Mazo. Tras retirarse como molinero, su hijo sigue al pie de la letra el camino, imitándolo hasta en el modo, moliendo por obligación y fabricando por convicción objetos de hojalata en el taller familiar de Monte Breña.

Que quede claro, no es un aficionado o un aprendiz del maestro. Es un artesano de verdad, el nuevo latonero de La Palma, con carnet oficial del Cabildo otorgado en el año 2004 y que realiza trabajos de creación, reparación o reciclaje de piezas con la misma precisión que lo hace aún, pese a los años, su tutor.

Amor propio.- Víctor, el hijo, no tiene mucho tiempo, menos aún con dos pequeños que lo reclaman, pero está dispuesto a "hacer lo posible para que esta labor no se pierda". Quizás, reconoce, "no con la dedicación que él le da, pero sí con el oficio que puedo poner cuando mi tiempo me lo permite".

No es cuestión de ganar dinero, "porque en esto no se saca casi nada, es más amor propio que otra cosa. Para muestra, dice, la feria de artesanía de este año. Y eso que era la de la Bajada de la Virgen: "perdimos hasta dinero". Ambos coinciden en la razón: "en las capitales y urbes no se venden cosas de campo. Se aprecian más cuando las exponemos en el medio rural".

También, según cree, "es cosa de los años, de las modernidades. Las lamparitas ya son más cosa de las abuelas que de los jóvenes y el latón es más un capricho que algo necesario, como era antes".

A veces, olvidado.- Víctor, el padre, sí que le sacó rendimiento en su momento. El oficio de latonero estaba ligado tradicionalmente a la fabricación de objetos para las labores agrícolas, la repostería y la vida diaria en el hogar. Y en épocas de necesidad, este artesano era un experto en el reciclaje y la reparación. Con maestría sacaba lo mejor de cualquier pieza de latón, de cobre galvanizado o de aluminio. El acabado de lo que crea lo dice todo.

Pero también se ha llevado algún disgusto. En cada feria, hace una pieza insigne, propia del pueblo que visita. Pero no todos la aprecian. Ni siquiera las administraciones. Primero le prometen: "tráela y te la compramos", luego "ni te he visto ni me acuerdo", como sucedió con el maravilloso Caballo Fufo que hizo hace años para Tazacorte, o con un impresionante puente construido para San Andrés y Sauces. Ambos permanecen en su taller, olvidados.

Seguir el camino.- Víctor, el hijo, sabe que un latonero es como una pieza viva, pero ancestral, dentro un museo tradicional en el que, de vez en cuando, te limpian el polvo de los años. Pero, aún así, sin muchas expectativas económicas y sin esperar reconocimientos, pone todo lo que tiene para seguir desarrollando el oficio de su padre, con la misma maestría que observa cada día.

Es su herencia de hojalata y no va a renunciar: "Míralo a él, incluso jubilado sigue sin rendirse. Ahora trabaja como nunca". Con una mirada encuentra el camino.