Un pregonero, las milicias, parejas en los balcones vestidas con ropas de épocas pasadas... Cada cinco años, de lustro en lustro, es normal olvidarse de algo, pero la sensación es que los preparativos del Minué nunca fueron así, ¿verdad? Era el baile, abajo, en el Recinto Central... y todos para sus casas. Este año no, al contrario, en esta edición el Patronato de las Fiestas Lustrales quiso que la ciudad viviera desde temprano en el siglo XVIII y, para no mentir, lo logró. Los cambios fueron atractivos. Un acierto.

Lo primero fue ver al actor Quique Santa Cruz salir al atrio del ayuntamiento. Llevaba una casaca roja y una peluca dieciochesca, junto a dos soldados con sables en las manos. Fue el pregonero que anunció a la ciudad la llegada del Minué. Sintió el papel. Lo vivió. Luego, ya era por la tarde, sobre las siete, aquí todo parece empezar mucho después de lo programado, las parejas que iban a participar en el baile se asomaron a los balcones de casas tradicionales, en el casco urbano, para saludar a los viandantes, siempre pensando en dar un colorido especial a la ciudad.

Los jóvenes, aquellos que protagonizan el acto, cumplieron lo establecido. Es más, sólo bajar del vehículo mostraron la paciencia suficiente, comprenden que esto es a la postre una fiesta, para pararse con todo aquel que lo solicitó, en busca de una fotografía para el recuerdo. Llevaban la misma ropa, la misma que sorprende, que horas después lucirían en el Recinto Central.

Las principales calles de la capital estaban de "fiestas" antes del anunciado desfile de Milicias. Entre tanta gente, se mezclaron "artistas" callejeros que intentan vivir del reconocimiento popular. Tres mujeres hicieron, o lo intentaron, lo que pareció el baile del vientre. El público, que ya no sabe si aquello estaba o no programado, si era parte de las fiestas, se concentró para verlo en La Pérgola. Unos metros más abajo, alguien vendía artículos de inflar para menores, mientras una joven tocaba un violín a las puertas del Diputado del Común. La Bajada, como ayer, altera la imagen de la ciudad.

Con la gente ya harta de esperar, casi una hora después de lo prEvisto, desfiló la compañía de Milicias del pago de Bajamar. Llegaron desde lo lejos, desde el Real Castillo de Santa Catalina, y se metieron por el casco urbano hasta el Recinto Central.

Por fin, llegó el momento. Eran las diez de la noche. El Recinto Central estaba lleno. A tope. Cámaras, periodistas, la Televisión Canaria en directo... A René Descartes le hubiera gustado. El pensador francés del siglo de las luces o de la Ilustración, así se le conoce, seguro que hubiera hecho cola en taquilla, se hace difícil imaginarlo con internet, para comprar entradas de tribuna para aquel espectáculo.

Aún con todo ese glamour, fue, seguramente, el Festival del Siglo XVIII menos pomposo de la Bajada. Más fresco. Desde que salieron al escenario las 24 parejas se pudo observar que los trajes eran más "campesinos", con un aire más tradicional. Las prendas no destacaron por las lentejuelas y pedrería de antaño, que cubrían los vestidos. Tenían menos luz, es cierto, pero igual de elegancia, dulces en el llevar.