Ana Castañeda lo deja. Justifica su decisión de la forma más elegante y menos hiriente. Habla de cuestiones personales, del cansancio que genera el cargo. Llevaba dos décadas siendo la gerente y principal referencia del Patronato de Turismo de La Palma, con independencia incluso del consejero de turno, pero esta misma semana tomó la decisión de "cerrar" su despacho para reincorporarse a su puesto laboral como trabajadora de la misma consejería que gestionaba.

Detrás de su adiós, sin embargo, se esconden otras circunstancias. Nunca las reconocerá e incluso, si la fuerzan, hasta las puede desmentir. Bueno, o quizás no. Castañeda ya veía el Patronato, lo que durante tantos años había sido su "casa", como una jauría de intereses, con nuevos "inquilinos" a los que nunca cayó bien. El sentimiento, para qué engañarse, era mutuo. Sus formas de entender la promoción de la Isla, la organización de las ferias, los catálogos... todo era discutido. Nada estaba bien. No le costó mucho, cuestión de meses, entender que ya no contaba con los apoyos suficientes para tener autoridad en la gestión y que lo mejor era sencillamente marcharse.

La situación real que vivía la gerente hasta cesar de sus funciones fue la consecuencia de un pasado cercano. Justamente, de la pasada legislatura. Jaime Sicilia era, por aquel entonces, consejero insular de Turismo. Un político curtido en mil batallas y de ideas fijas. Castañeda fue su "escudo". Eran momentos de "cambios" y los empresarios del sector, al menos una representación, quisieron mayor poder de decisión en el Patronato para imponer sus ideas. Reclamaron la mayoría en la Permanente, órgano elegido por la asamblea general y que, a la postre, decide dónde se "vende" la Isla y en qué se invierte el dinero de promoción.

Jaime Sicilia apostó por otra vía y ofreció cuotas de poder a cambio de inversión para promocionar La Palma. Riesgos sí, pero compartidos. Castañeda recogió la propuesta y apoyó la idea de crear una sociedad de promoción, con una mezcla de capital público y privado. Participación a cambio de dinero, un método que, por cierto, no era un invento sino el reflejo de otros departamentos de Turismo de varias islas. Los empresarios no aceptaron y, en medio de aquella batalla de intereses, la gerente quedó claramente "marcada", aunque en aquella época sabía que contaba con el apoyo incondicional del consejero. Era "intocable".

Después de las elecciones municipales e insulares de 2007, Jaime Sicilia dejó el Cabildo para centrarse, por motivos de salud, en el Ayuntamiento de Breña Baja. El cargo fue asumido por Beatriz Páez. El nuevo grupo de gobierno cambió de estrategia. Se modificaron los estatutos para dar mayor entrada a los empresarios turísticos en la Permanente del Patronato, con el fin, ese era el sano objetivo inicial, de profesionalizar el organismo, de darle un calado menos político, lo que a la vez implicó, factor que quizás no fue calculado en su justa medida, más intereses personales.

Desde aquel momento y hasta la actualidad, los dos CIT, que a su vez obtienen dinero del Patronato para financiar parte de su funcionamiento; el representante de Ashotel, el miembro de las empresas de turismo rural y la "voz" de las entidades de transporte regular de viajeros, tienen la mayoría a la hora de decidir sobre la promoción de La Palma, que no sobre Ordenación e Infraestructuras, que depende de la Consejería del área. No todos los empresarios están en la "misma cuerda", ni mucho menos, pero Ana Castañeda se dio cuenta de que sería el blanco de todas las presiones.

La gerente, que tampoco tuvo nunca la misma relación con Beatriz Páez que con Jaime Sicilia o con Juan de la Barreda, lo que a su vez implicaba menor grado de confianza, comenzó a dudar. Se vio casi acorralada. Tuvo incluso algún error de cálculo impropio de su alta capacidad, aunque motivado por asumir funciones que en parte no le correspondían. La presión, al final, le estaba pudiendo, cometió fallos y se dio cuenta. Desde las "esferas", siendo elegantes y ante la situación vivida, le ofrecieron la opción incluso de recapacitar durante unos meses, de pensar en su futuro, pero sabía que lo mejor era irse sin hacer ruido.