El barrio de Tigalate estaba en fiestas. Eran las once de la noche. Poco más. En la plaza de la iglesia había mucha gente. Poco antes de comenzar la verbena popular -la organización aún se encontraba acabando la tradicional tortilla de unos 500 huevos-, un fuego "nació" de repente al margen izquierdo de la calzada. Un centenar de metros abajo, entre matorrales.

No parecía gran cosa. Más bien, un pequeño conato que no debía superar, un poco más arriba, el margen de Puente Roto. En verdad, todo incendio comienza como una hoguera que crece como una bola de nieve. Se habían lanzado unos pocos "voladores" (fuegos artificiales), tres, tal vez cuatro, y, en principio, aunque ahora es una de las hipótesis que se manejan como causante del siniestro, no parecían tener relación alguna con el inicio del fuego.

En la plaza del barrio, con la fiesta ya suspendida, se hablaba, se aseguraba, que había dos focos, con otro punto cercano a la costa, concretamente en Barranco Hondo. Dos áreas de inicio separadas por demasiados metros para ser simple casualidad... y casualidades, que sí suerte, no existen en un fuego. Sí, para qué engañarse, se pensaba en que podía ser provocado. Se pensaba y se piensa. Nadie lo manifestaba abiertamente, a las claras, sólo en corrillos, entre dientes, se apuntaba a la mano del hombre. De un pirómano con el siniestro objetivo ya planificado.

El fuego se "escapa".- Las llamas se van. Se escapan. Casi nunca lo hacen, pero sólo necesitan huir una vez, una simple vez, para arrasar medio bosque. Primero por abajo. En aquellos momentos, entre incertidumbre y esperanza, Montes de Luna no parecía correr peligro, pero de repente, por la "espalda", el fuego sorprendió. Los incendios son duros y traicioneros. Subió por la ladera, llegó al margen de la carretera y afectó a algunas construcciones, mientras cerca, demasiado cerca, una familia trató de evitar, lo logró, perder su cuadra con más de 200 animales. Una forma de vivir. Una parte de sus vidas.

Luego, más tarde, fue una lucha desigual. El fuego siempre gana cuando no se ve. Cuando, mejor, sólo se ve aquello que desea alumbrar. Fuencaliente era el objetivo. Los Canarios, el pueblo, el casco, fue evacuado. Las llamas tocaban a las puertas. Las tocaban y las quemaban. Se llevó, casi sin esfuerzo, casas (aún sin cuantificar con exactitud), cuartos de apero, huertas, vehículos... sueños y recuerdos. Otro foco del incendio, que ya parecía casi imparable, esperar a que se "muera", alcanzaba con las primeras luces del día las cumbres de La Palma para mirar, ya desde bastante cerca, el municipio de El Paso.

Vuelve a por Tigalate. Por aquel entonces, superado el mediodía, el fuego parecía irse de Mazo. Casi lo abandonaba, despacio, a su ritmo..., pero no se conformó. Volvió por un instante, entre los rescoldos avivados más cerca de la costa, para subir de nuevo en busca de Tigalate. Iba a por casas. Quería más daño. No era el único peligro; más bien, era el menos importante y el más fácil de atajar con una cuba y la intervención aérea. Por el monte, por arriba, venía lo realmente duro. Otra lengua en llamas comenzó a bajar por la crestería, casi por el mismo sitio por el que había subido tras "arrasar" Fuencaliente.

Mientras los políticos daban ruedas de prensa, hablaban de tácticas y estrategias para una larga noche, la Policía Local tocaba puerta a puerta. Casa a casa para desalojar, de nuevo, otra vez, viviendas de Montes de Luna donde ya se había permitido el acceso de los vecinos. Era el desasosiego y, encima, todos se preparaban para otra lucha nocturna. De madrugada. Otra lucha en desventaja...

A por Las Manchas. Sin olvidarse de Tigalate, su "casa" en Villa de Mazo, allí donde la Guardia Civil controlaba el acceso a la zona dañada, el incendio forestal quería "comerse" Las Manchas. Había calor. Demasiado calor. 40 grados. Quizás alguno más. Por debajo de la carretera general, las llamas tenían, sí o sí, que chocar contras las lavas volcánicas de Santa Cecilia. Por arriba, daba miedo. Literal. Lo mirabas, aunque fuera de lejos, y lo sentías. De cerca, era un murmullo. La lucha de hombres y mujeres, más de 500; camiones con bombas de agua, medios aéreos, vecinos con baldes, otros con manguera... Jedey, aún a lo lejos, o no tan lejos, "temblaba". Sus habitantes saben, la mayoría lo vivieron, que en 1996 el barrio fue pasto, en parte, de las llamas. No quieren vivirlo de nuevo. Nadie quería.

No hubo dudas sobre la línea de "ataque". No se tuvieron que hacer reuniones ni llegar a acuerdos para entender que la zona de Mendo, curiosamente donde antiguamente se quemaba la basura de la Isla, era la parte ideal para atajar el fuego. Eso... o, el que sepa, rezar. En el momento de cerrar esta información, los esfuerzos se centraban en controlar las llamas en este punto estratégico, donde civiles y también militares se agrupaban para "marcar" su territorio. El fuego no daba tregua, no entiende de límites, pero nadie, ni una de aquellas personas, se rendía.