El cambio de gestión en el puerto de Tazacorte, de pública a privada, ha hecho peligrar la presencia en el muelle de más de 100 pescadores artesanales que han estado vinculados durante toda su vida al mar y que, pese a que se han apartado de la vida profesional unida al océano para buscar por obligación una mejor suerte laboral en tierra o simplemente por jubilación, mantienen con sacrificio una pequeña embarcación con la que aportan a su familia las pocas capturas que realizan.

La protesta se ha hecho extensiva tras conocer los precios impuestos por Satocan para mantener el barco en el agua. Hasta tal punto que muchos han decidido, de no rectificarse las tarifas aprobadas con autorización del Gobierno canario, sacar su pequeño barco del puerto y abandonar definitivamente las sacrificadas tareas de pescador, en estos casos, a tiempo parcial. Algunos han anunciado ya incluso con carteles la puesta a la venta de las embarcaciones.

Los bolsillos de estas personas, lejos de asimilarse a los de los propietarios de los grandes yates o embarcaciones deportivas de mayor calado, también afectados por un incremento importante en los precios de los pantalanes, no soportarán aumentos del 300 y el 400 por ciento en el precio del atraque. Ellos mismos lo aclaran: "esto no es Puerto Colón, en Las Américas, con embarcaciones de lujo. Esto es El puerto de Tazacorte, un barrio de pescadores con muchas familias que mantienen barquitas de cinco o seis metros para poder capturar algo de vez en cuando, ya que no pueden seguir siendo pescadores profesionales, de los que sólo quedan una veintena, que son los que no pagan por los atraques".

Según los cálculos de la propia cofradía de pescadores, el 70% de los barcos amarrados en los pantalanes pertenecen a pescadores tradicionales retirados o dedicados a otras tareas profesionales. Sus pequeños barcos pagan como si fueran lanchas deportivas o yates de recreo, pasando de 150 euros a 600 en sólo seis meses, en función de los metros cuadrados que ocupen, y si no llegan a los estipulados tienen que salir del agua para dejarle el sitio a los más grandes. Los más pequeños, de cuatro o cinco metros, serán apilados en tierra casi al mismo precio, en unas estanterías, y cuando los quieres llevar al agua una grúa los baja.

Para ellos, esta situación no es inesperada. Se veía venir desde que pusieron los primeros pantalanes. Algunos la resumen en una frase: "Es el cuento del pescador pescado". Ahora, tras décadas de lucha en el mar, de presión para obtener mejoras en el puerto, de olvidos en ciertos momentos por parte de los gobernantes, estos pescadores "exiliados" sienten que les han quitado su espacio vital, en donde mejor se sienten.

Los más longevos siempre han visto el muelle como un refugio pesquero que fue pagado por todos y que se ha transformado en un puerto deportivo de carácter privado en el que ya no caben aquellos para los que se construyó hace más de 30 años.