He recibido una nota de una lectora, cuyo nombre omito por el deber de preservar su intimidad, que me ha hecho reflexionar. Se refiere esta señora al caso de los niños que van a la escuela sin desayunar porque sus padres carecen de medios para alimentarlos.

"Quería decirle a usted -inicia la parte esencial de su comentario la no citada lectora-, con respecto a su mención al hambre en las escuelas canarias debido a la situación de desempleo de los padres de los niños hambrientos, que sé de bares que a todas horas están llenas de hombres; hombres que cobran la prestación por desempleo y las consumen en cañas y cubatas. e visto cómo empleados de la empresa donde yo trabajaba hace años cobraban las horas extra y se lo gastaban en cocaína y cubatas la misma tarde. Padres de familia, y lo hacían cada mes asquerosa y religiosamente. Los dos últimos años he trabajado en la telefonía móvil. Le aseguro que gente que no sabe ni escribir su nombre, que cobra la prestación por desempleo y tiene a sus hijos llenos de mocos y mal vestidos, y pasando calamidades, se pillan las manos por tener lo último de lo último en tecnología, comprometiéndose a pagar tarifas mensuales de hasta 90 y 100 euros. Siga usted tirando a la portería del Gobierno. Yo no soy apolítica pero tampoco me identifica ningún partido. En lo que sí estaría de acuerdo es en apretarle al Gobierno para que reeduque a su pueblo. Le aseguro que gran parte de los problemas que tenemos los tenemos gracias a nuestra infranqueable ignorancia, sumada a un sentimiento superlativo de superioridad por creernos que tenemos una tierra privilegiada y que nos pertenece".

Coincido con esta lectora en varios puntos. ace tiempo que las organizaciones humanitarias procuran que las subvenciones destinadas a los países más pobres de África no caigan en manos de la población masculina. Los hombres, se ha demostrado en múltiples ocasiones, gastan las ayudas en comprar armas para organizar guerras tribales. El dinero en manos de las mujeres tiene mejor fin. Aquí no se compran armas, afortunadamente, pero sí cervezas y copas en el bareto de la esquina, o el último modelo de celular porque a ser belillos no nos gana nadie. ace poco coincidí en Las Palmas con un economista que asesora a grandes empresas en varias ciudades españolas, con algunos saltos a París y Londres. Tenía un móvil con menos prestaciones que el mío, que ya es bastante básico. "Es suficiente con que reciba los e-mail que me envían los clientes", me dijo. Igual que el mago vernáculo con el artilugio de última generación, como si tuviese que realizar operaciones a diario con la bolsa de Tokío. Tokío escrito así, como antes, como lo hacía Cela, y no como la pollabobería mejor preparada de nuestra historia que dice Beijing en vez de Pekín. Qué país de cretinos. Las generalizaciones son peligrosas. Lo son incluso si las hace una lectora indignada, y con razón. Pero no es menos cierto que nos falta mucha formación. No la formación académica que se imparte en la escuela, el bachillerato y en la Universidad (aunque esa también) sino la formación para la vida; para saber diferenciar entre lo esencial y lo superfluo. Esa sigue siendo nuestra gran carencia.

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