Hubo una época durante la que, siempre en la ruta de Madrid a La Coruña y viceversa, pasé con frecuencia por Ponferrada. Luego le perdí la pista porque dejé de ir de Madrid a Galicia y viceversa. Volví en agosto del año pasado para visitar a un amigo que me contó un lío de faldas ocurrido años atrás entre el alcalde de esa urbe leonesa y una concejala, ambos del PP. Una historia a la que no le presté atención porque la geografía patria está salpicada de cuernos no necesariamente taurinos. Además, las infidelidades conyugales -el alcalde estaba casado mientras salía, y hasta viajaba, con su novia Nevenka- no constituyen un delito en este país. En otros, sí; en España, afortunadamente, hemos superado la Edad Media.

El caso es que mi interlocutor insistía en la aventura de la concejal, el regidor popular, la dimisión de este último, su retirada de la política, su regreso a la actividad pública al margen del PP y éxito relativo alcanzado fuera de su antiguo partido, pues logró cinco concejales en el consistorio ponferradino; los que necesitaban tanto los populares como los socialistas para obtener la alcaldía. Insistía en la historia mi amigo no por morbo, sino por lo que pensaba que iba a ocurrir a la vuelta de la esquina. El tiempo le ha dado la razón.

Desde el primer momento Ismael Álvarez -que así se llama el entonces enamorado amante de Nevenka- quiso entenderse con Carlos López, cabeza de lista del PP, pero no hubo forma. El pretexto -la auténtica causa radica en una enemistad personal- era que Álvarez había sido condenado por acoso sexual. Parece que cuando la guapa edila decidió concluir el amorío, con todo su derecho a hacerlo, un encoñado Ismael no quiso oír el silbato que anunciaba el final del partido. Lo de siempre. Denuncia, juicio -un juicio tórrido- y condena. "Da igual que lo digan dos o mil jueces; no soy un acosador porque estábamos saliendo", manifestó Álvarez al recibir la sentencia firme.

Apenas seis meses después de conocer aquella historia, tal y como barruntaba mi amigo estalló el escándalo de Ponferrada. Un terremoto que ha sacudido a todo el país y cuyo epicentro está en que el PSOE, el partido del respeto a la mujer por excelencia, ha utilizado a un convicto de acoso para quitarle una alcaldía al PP. Rubalcaba, no tan avergonzado por la felonía de los suyos como aterrado porque esto le ha dado aires a su rival Carme(n) Chacón, ha sentenciado que el nuevo alcalde de Ponferrada dimite como tal o deja de pertenecer al PSOE. Al mismo tiempo, un PP igual de cínico, o más, se rasga las vestiduras ante semejante moción de censura avalada por un despreciativo con la dignidad femenina. El mismo PP católico, apostólico y hasta romano, si hace falta, que guardaba un estruendoso silencio mientras uno de sus alcaldes mancillaba la, para ellos, sagrada institución del matrimonio tirándose a una "miembra" de su equipo; a una infeliz que, presumiblemente, no tenía otra opción que acceder a las pretensiones de su mujeriego jefe para seguir cobrando un sueldo en el consistorio; es decir, para no acabar en el puto paro. Una moral por parte de unos y otros tan ejemplar y ejemplarizante como la de Sodoma y Gomorra. Para eso quieren los políticos que no se suprima ni un solo ayuntamiento.

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