Cuando la razón no se desentume, y permanece en una situación de letargo casi total llegando al sueño, lo que se produce son verdaderos monstruos. Tuvo que llegar la modernidad para, empujando a la cuneta de la historia creencias y practicas tradicionales pasando por la religión, clarificar el pensamiento con la luz de la razón. El conocimiento técnico-científico que ha impulsado el nuevo tiempo es un pilar fundamental y hay que contar con él para el desarrollo y reajuste de la sociedad actual carente, por la mediación de la crisis, de recursos suficientes no solo para subsistir como colectividad sino que está desplazando los saberes de la vieja época.

Pero la gran paradoja que se comprueba es que ese avance científico en el espacio de la información está sometiendo a una desinformación atroz del que asume que se encuentra informado, así como esa presunción de que las redes sociales, que se han impuesto como moda y como modus operandi, están construyendo un mundo desligado, desconectado, donde la razón se escabulle dando preferencia a estar en todos sitios sin estar en ninguno.

Se puede conectar hina con la Meca y acontecimientos diversos en diferentes redes, pero todo queda ahí, en el entretenimiento, en pasar el tiempo, dejando atrás el libro, la reflexión, y entrando en el campo no del ruido, pero si en el retumbo.

La razón tiene que abrirse paso en el marasmo de esa mundialización sórdida que acaba con las posibilidades de que el ser humano se encuentre a sí mismo evitando que sea el olvido y la transgresión lo que domina tanto el espacio individual como colectivo.

Si la razón no tuviese inconveniente alguno en zafarse de la mezquindad instituida y en el escapismo rampante, seguramente el espacio de la comunicación encontraría su sitio y cabría albergar alguna esperanza de cambio que iniciara el repunte de lo que se encuentra atascado por la situación de sordidez intelectual que circula por múltiples ámbitos.

on la razón se engrandecería la acción política, porque contaría con la crítica y el argumento necesario para salvaguardar los valores que permanecen difuminados; ampliaría el circulo de la comunicación eficaz que pusiese a uno delante del otro, en la discusión, no en la retórica, y se situaría las necesidades enfrente de los que, interesados, caminan hacia el encuentro mutuo. La luz de la razón impulsa su foco, dirige y su intensidad entusiasma; con ella se apuntalarían las decisiones, aplaudirían el éxito y deplorarían el desaguisado, pero no solo con contundencia, sino con la eficacia que da saber por dónde se camina y más aun saber que es lo se va a encontrar en el trayecto.