Entre callejuelas empedradas, canales, puentes e historia, se despierta orgullosa cada día una de las ciudades más emblemáticas y seductoras de Bélgica. Brujas es reconocida internacionalmente como uno de los tesoros belgas mejor conservados; no en vano, la Venecia del norte es visitada cada año por miles de turistas llegados desde cualquier punto del planeta.

Les comento que sus impresionantes iglesias, sus pintorescas casas con fachadas escalonadas de estilo flamenco, o sus paseos en carruaje son, junto a sus famosas cervezas, algunos de los atractivos más valorados por los visitantes que tienen el placer de contemplar en vivo y en directo este hermoso rincón del país del chocolate, las papas fritas y la cerveza. A mí, en particular, Brujas me encanta. s una de las ciudades belgas, al igual que Gante, con las que me siento más identificada y en las que me encuentro un poco como en casa.

stas dos históricas localidades pertenecen al Flandes más autentico y esplendoroso; no está por demás decir que ambas cautivan mis sentidos cada vez que se me ocurre perderme por sus románticas calles mientras contemplo sus conservados monumentos.

La estampa medieval de Brugge -así es como se llama a Brujas por aquí arriba- no se olvida fácilmente. Yo, que ya la he "explorado" con regocijo visual y cultural en diversas ocasiones, no me canso de brindarle una visita cada vez que puedo. Sin ir más lejos, el pasado 22 de noviembre estuve en su plaza de la stación. Allí, bajo una enorme carpa construida para el friolero evento, disfruté un año más del invernal paisaje que me ofreció su "feria del hielo".

Las exclusivas esculturas -unas más transparentes que otras-, el juego de luces y el sonido, entre otras cosas, dieron vida a aquel gélido escenario de seis grados bajo cero. Las manos profesionales de cuarenta ágiles escultores y las cuatrocientas toneladas de nieve utilizadas hicieron posible una vez más el frágil sueño helado. se día, cuando me despedí de la ciudad, triunfaba ya la noche en el cielo.

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