José Manuel Bermúdez, haciendo de una vez lo que le corresponde como alcalde de Santa Cruz, quiso que este año fuese Televisión Española en Canarias la emisora que retrasmitiese la Gala de la reina del Carnaval. Deseaba realzar una proyección internacional de la fiesta perdida desde que la Televisión Canaria se hizo cargo de difundir este acontecimiento. Aspiraba a que Santa Cruz, y Tenerife por extensión, volviesen a ser noticia para los 400 millones de espectadores potenciales del canal internacional de Televisión Española, amén de otros dos o tres en territorio peninsular.

La proyección internacional del carnaval tinerfeño es una utopía. Lo mismo digo para el que se celebra en Las Palmas o en cualquier otro lugar del mundo. El carnaval es una fiesta universal del ámbito católico. El de Tenerife tuvo su curiosa razón de ser cuando en España no se había recuperado la tradición de las máscaras después de los largos años en los que estuvieron prohibidas. Unas murgas derivadas de las chirigotas de Cádiz y unas comparsas que siempre quisieron emular la locura de Río sin jamás conseguirlo, esencialmente porque las señoras de estas latitudes no se contonean, ni de coña, como las mulatas cariocas. Dicho sea esto sin ánimo de humillar ni ofender, pues tampoco está uno para participar en el Tour de Francia sin que eso constituya, en modo alguno, motivo de depresión o melancolía. El Carnaval de Tenerife estaba muy bien antes como fiesta popular porque era divertido. Ahora ya no. Ahora, al menos en su vertiente callejera, es un baño de vómitos provocado por una multitud incontrolable e incontrolada de adolescentes beodos. Eso sí, cabe reconocer que el llamado Carnaval de Día ha sido un acierto. Una vuelta a los orígenes perdidos. Una buena decisión, en su momento, de Ángel Llanos, aunque la idea no fue suya.

¿La gala y el coso? Pues sí, pero tampoco nada del otro mundo. Sea como fuese, el alcalde capitalino se dirigió al director de TVEC, Carlos Taboada, para estudiar la posibilidad de que la cadena estatal retrasmitiese la coronación de la, al menos oficialmente, carnavalera más guapa. Taboada, encantado, naturalmente, pese a que ya en ese momento Bermúdez le advirtió sobre la conveniencia de que otros actos, verbigracia el concurso de murgas, fuesen para la Autonómica. ¡Ay, pero Willy es mucho! Don Guillermo García dijo que no. La Televisión Canaria retransmitía todo, o nada. Como cabía esperar, el otrora presentador de galas aupado al puesto de máxima autoridad en la tele vernácula por su habilidad para freír huevos -personaje culto y erudito allá donde los haya-, telefoneó a Paulino Rivero, su amo y señor, para chivarse de Bermúdez. Una oportuna llamada al orden y el alcalde chicharrero no tuvo más remedio, con perdón por la expresión, que envainársela; lo mismo que lleva haciendo desde que tomó posesión de su cargo.

En definitiva, gracias a Willy y a Paulino, un año más -y ya van siete- será el Carnaval de Las Palmas el que cuente con esa proyección nacional e internacional. Algo, insisto, que no considero asunto de suma importancia, pero tampoco están los tiempos para perder una oportunidad de promoción, por nimia que sea, a causa de las pataletas de un niño mimado y de un presidente resentido.

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