A cierta edad, por qué negarlo, te desengañas de la sociedad y del ser humano, básicamente porque creías que el amor era una moneda corriente, que abundaba de tal manera que no existía el egoísmo, pero una vez más nos equivocamos. Es imposible olvidar que los ricos están haciendo su particular agosto con la crisis, son más ricos ahora y no se sienten responsables de nada. Y esto, dada la situación económica de nuestras islas y del Estado, y teniendo en cuenta que somos la comunidad autónoma con mayor índice de paro, con los mayores niveles de pobreza y con los salarios más bajos de todo el país, raya la falta de conciencia social.

En la vida aprendes a amar a los árboles, -que tienen tantas historias para contar-; a los animales que tienen una conciencia un poco más limitada que los humanos, pero que son capaces de expresar plenos sentimientos en su simplicidad... También aprendes que existe la envidia, el egoísmo, la guerra, el racismo... y hasta cómo se denigran las personas y buscan su propia destrucción por un interés transitorio, tratando de lograr sus objetivos sin importarles nada los otros, los seres que viven en inferioridad de condiciones.

Y a las estadísticas del hambre se les pone nombre y cara, son los que siempre han vivido modestamente, de su trabajo, cumpliendo con hacienda, pagando sus hipotecas y sacando a su familia adelante. Son los que realmente han mantenido el país y a los que acusan de haber vivido por encima de sus posibilidades, culpándolos de la crisis, imponiendo recortes y ajustes sobre los que menos tienen.

El orgullo, la maldad, la insolencia, la avaricia, el desprecio, la marginación, la mentira, la violencia, la degradación, el egoísmo, la soberbia, la hipocresía... también son cosas que aprendes; cosas feas, ya que sientes en la piel correr del ácido de la pobreza humana, los llantos de los niños bajo el fragor de las contiendas, la caída de los débiles huyendo del fanatismo. Por todo esto, sería loable que los gobernantes del planeta tuvieran como meta servir al ciudadano y a su país. Pero a los españoles les pediría que ocuparan sus puestos con un salario digno, con vocación de servicio, sin llegar al enriquecimiento personal, haciendo desaparecer el excesivo parque móvil, las muchas secretarias personales, los viajes con justificaciones banales y las dietas asociadas; la compra de votos, las prebendas y los caprichos faraónicos propios de ídolos con pies de barro.

Hay que acabar con la especulación y el fraude. Exigirles responsabilidades a los que han hundido nuestro país, -me da igual el color de sus siglas-, apartándoles de la vida pública para siempre. Debemos lograr que nuestros dirigentes estén capacitados para el desarrollo de sus funciones, pues muchos de los que vemos a diario en las noticias, no asumen su rol en el relato social. Supuestamente prevarican, sacan capital del país, crean emporios en otros paraísos, se envanecen, se drogan con el opio del poder y no ven más allá de sus egos mal alimentados; ignoran, con gesto impasible, a los que sufren, pelean, reclaman, gritan...

Es necesario recuperar la conciencia social, evitar talar más árboles que los que tienen los bosques, pues si no se replantan quedan huecos, agujeros vacíos en los valores del hombre, de ese dirigente movido por el interés que se rodea de cortesanos, de estómagos agradecidos, que le convencen de que es una deidad y por ende actúa como tal.

Un político vacío se maneja fácil porque carece de conciencia; un dirigente de principios hace su trabajo con honradez, persiguiendo el bien de la colectividad y no el enriquecimiento propio. Por ello, porque aún creo en el ser humano, me gustaría cerrar los ojos y al volver a abrirlos comprobar que todo ha sido un error, que detrás de cada gestor público hay un ser humano inteligente, atento a la sabiduría acumulada de los que le precedieron.