Ifara es un barrio de Santa Cruz de Tenerife, que se encuadra administrativamente en el distrito Centro-fara, en el que viven 1.473 personas privilegiadas que disfrutan de las mejores vistas de Santa Cruz, o eso creía yo, hasta que conocí a Adolfo. Estábamos de visita en Los Campitos, cuando un chico de veintiún años, que practicaba el juego del palo en el patio de la Asociación de Vecinos, a pesar de una discapacidad psíquica y física, se me acercó y me pidió que le acompañara a su casa para que viera en qué condiciones vivía con su familia en fara. Me quedé sinceramente sorprendido, y a pesar de los consejos, porque su madre nos recibiría mal, decidí acompañarlo. Así que le pedí que se subiera al coche y nos guiara hasta su casa. Mientras bajábamos, miraba los chalets a ambos lados de la carretera y los lujosos edificios de fara y no entendía dónde me llevaba Adolfo. Me preguntaba extrañado si habría alguna chabola por allí, porque no lo recordaba. Por fin, paramos junto a la entrada de una lujosa urbanización. Él no se dio cuenta de mi gesto de sorpresa, porque lo único que quería era que lo siguiéramos para enseñarnos los supuestos desperfectos de su casa. Pasen por favor, nos rogó. Antes de entrar, le oímos hablar con su madre, para advertirle que estábamos allí. Ma, han venido del Ayuntamiento, le dijo. Yo no entendía nada, pero al entrar en su casa y conocer a su madre, me di cuenta enseguida a lo que se referían los vecinos. El piso era en propiedad, por lo que no pagaban alquiler, pero desde que su padre los abandonó, no tenían ni para pagar la luz ni el agua y mucho menos la comunidad, que eran unos 90 ?. La vivienda estaba en unas condiciones de abandono y suciedad indescriptibles. Algunos azulejos del baño ya se habían caído y otros amenazaban con desprenderse en cualquier momento. El hermano de Adolfo se había instalado en su cuarto, mandando al pobre niño al sillón del salón. En la otra habitación, sin embargo, dos perros callejeros ladraban para que los dejaran salir. Al abrir la puerta, un intenso y hediondo olor inundó la casa. Había basura por todas partes, lo que indicaba que, a parte de una absoluta falta de hábitos de limpieza, la demacrada madre de Adolfo sufría también un principio de Síndrome de Diógenes. La peculiar madre, posiblemente drogadicta, como su otro hijo, cuya habitación desprendía un sospechoso tufillo a porro, prefirió darle la otra habitación a los perros antes que a Adolfo. Le recriminamos su increíble y destructiva actitud con el pobre Adolfo y se disculpó diciéndonos que su otro hijo, el porriento, había sufrido mucho por tener un hermano así. Según ella, la culpa de todos sus problemas económicos la tenía Adolfo, que mientras tanto, escuchaba atento a su madre sufriendo un dolor inmenso en el alma, sin decir nada. Y para rematar el inhumano e injusto esperpento, nos pidió que convenciéramos al niño, para que pagara la comunidad con su ayuda por discapacidad, que él, sin duda el más listo de aquella disparatada familia, ingresaba en su totalidad y regularmente en su cuenta bancaria, a la que afortunadamente, no tenían acceso su madre y su hermano. Nos fuimos de allí hechos polvo, porque dejábamos detrás a Adolfo, con su desnaturalizada madre, el ocupa abusador de su hermano y los dos apestosos perros. Adolfo nos enseñó que no se puede generalizar ni etiquetar a los barrios como de ricos y de pobres, porque detrás de las paredes de los lujosos edificios y las puertas de las casas también hay pobres que viven, o mejor dicho malviven, en barrios de ricos. Una lección que nunca olvidaremos.

*Abogado, economista, MBA, diputado en el Parlamento de Canarias y candidato a la Alcaldía de Santa Cruz de Tenerife

por el CCN en 2015

@ignaciogonsan