Hay detalles capaces de definir este país hasta el punto de singularizarlo como único en el mundo (el manido "Spain is different"), pero pocos resultan tan significativos a la hora de distanciarnos de lo que debe ser una sociedad occidental o moderna como el trato que reciben los ciudadanos cuando utilizan un servicio público. No estoy pensando en los funcionarios y las oficinas de la Administración. Un terreno en el que quedan aspectos mejorables, sin duda, pero en el que se ha avanzado muchísimo. Lejos están los tiempos en los que Larra escribió su famoso "Vuelva usted mañana". A lo que estoy dándole vueltas es, una vez más, al control de seguridad para acceder al embarque en los aeropuertos.

En los dos últimos años he recopilado decenas de artículos al respecto, amén de otras quejas procedentes de usuarios maltratados. Abusos que he padecido en primera persona. En el aeropuerto Tenerife Norte el trato, con sus más y sus menos, resulta tolerable. En el de Las Palmas ya raya el incordio. Pero es en el de Madrid donde con frecuencia tengo la sensación de arribar a un campo de concentración cuando me acerco a tales controles. Las órdenes vociferadas que reciben los pasajeros no se diferencian demasiado de las que les daban los capos ucranianos -obligados por los nazis a realizar las tareas más inhumanas- a quienes alcanzaban su último destino. La amabilidad y la cordialidad que nunca existieron han dejado paso a un despotismo abusador: ¡quítense las chaquetas!, ¡quítense los cinturones!, ¡vacíense los bolsillos!, ¡póngalo todo en las bandejas...!

Sin embargo, la legislación europea -y cabe suponer que en España se aplica la legislación de la UE- no está por la labor de consumar tales humillaciones. El comisario europeo de Transportes, Siim Kallas, ha dicho claramente que dicha normativa comunitaria sobre seguridad aérea no exige, por ejemplo, que los pasajeros se descalcen para pasar el control de seguridad. En realidad, solo cuando el arco se seguridad emite un pitido, el pasajero debe facilitarle al empleado de seguridad que identifique la procedencia de la anomalía. Nada más. Todo lo adicional es una imposición de Aena porque en este país, además de más papistas que el Papa, somos jodedores por naturaleza. Eso sí, para justificarse, Aena esgrime la disculpa de agilizar el embarque. Extremo que se podría aceptar si el comportamiento del personal con el pasajero fuera otro.

e pasado controles de seguridad más severos que los españoles en Estados Unidos y otros países. Una rigidez excepcional que no implica, en modo alguno, un trato áspero y prepotente. España es un país esencialmente turístico y un altísimo porcentaje de sus habitantes llega y se marcha por los aeropuertos. ¿Es que nadie va a hacer nada al respecto pese a las, insisto, reiteradas protestas? ¿Cuesta mucho explicarles a los empleados de seguridad que están tratando con personas y no lidiando con animales? Una charla de cinco minutos cada día antes de empezar el turno tal vez obraría milagros. Y al que no aprenda, puerta, porque en el paro hay mucha gente desesperada por trabajar.

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