Si el pasado año que finalizó hace dos días transcurrió sobre un escenario horrible y doloroso para millones de compatriotas, éste que se inició ayer llega envuelto en unas imaginables sucesiones de incertidumbres propiciadas por unos políticos mediocres a los que a la hora de elegirlos para ocupar puestos de responsabilidad solo se les ha exigido lealtad al partido que los designó que redactan, de tapadillo, unos currículos formidables sin tener relación real con la preparación personal. Con poquísimas excepciones, estamos gobernados por una tropa de incompetentes fieles, eso sí, a lo que se les ordene desde las cúpulas de sus grupos. Podemos encontrarnos con total facilidad a estos especímenes en cualquier institución pública con la misión de alejar a la ciudadanía de un posible acercamiento a organismos que, en teoría, les pertenecen. La sociedad civil debe ignorar los intríngulis de las organizaciones políticas porque de ellas es el poder; en ellas se maquina hasta límites insospechados para que su autoridad continúe entre muros levantados con falacias interesadas. Los recursos públicos son manejados al margen de las prioridades evidentes del pueblo y su destino, casi siempre, es espurio y utilizado para comprar voluntades, sonrientes por nuestras calles. De ahí nacen las corrupciones generalizadas. Desde los de arriba hasta las bases, conociendo estas podredumbres, se guarda un sepulcral silencio. Un día, por fin, aparece la Justicia y el gran público, estupefacto, comienza a conocer lo que sucede, por ejemplo, en Cataluña, Andalucía, Extremadura, Madrid, Valencia o Canarias. En definitiva, una mancha de aceite maloliente que se extiende por toda la geografía y cuyo vertido se ha realizado desde las sedes de los partidos que mantienen esta viciada partitocracia. PP y POE, a nivel nacional, y CC en Canarias, han asaltado las cajas de ahorro y la banca, estableciéndose unas relaciones de ida y vuelta que terminan en condonaciones generalizadas después de cada elección. Los partidos no pagan los créditos y los establecimientos bancarios siguen satisfechos y bien afianzados, aunque las gestiones de sus directivos sean desastrosas. Ahí están los gobiernos para inyectarles miles de millones para que sigan practicando la usura moderna, los créditos e hipotecas con intereses desorbitados y los vergonzosos desahucios, asuntos estos, por cierto, que Don Juan Carlos, en su mensaje navideño, pasó por alto.

Es con lo que hay que arar. Los surcos están roturados por estos artistas de la política, de aquí y de allí, que han dirigido al país hacia el "abismo fiscal", término utilizado estos días en Estados Unidos para definir la terrible situación económica por la que atraviesa aquel país y que, si no surgen soluciones, arrastrará a todo Occidente hacia una recesión aún desconocida. En Canarias, con la ventaja que debería suponer que los mismos vengan haciendo lo mismo desde hace veinte años, se ha conseguido, sin embargo, un caso a incluir en la carrera de Económicas como asignatura imprescindible para conocer insondables mundos. Y es que, mientras la economía ha crecido en esta Comunidad, es, a la vez, la que más paro ha generado en toda España. ¿Explicaciones?. Todo está basado en el turismo, pero la afluencia de visitantes ha descendido mientras los dineros se marchan por la punta del muelle. El presidente canario argumenta ahora que la llegada masiva de inmigrantes no comunitarios tambalea la creación de empleo, cuando la realidad apunta a que son más de 30 mil canarios los que se han marchado fuera... con las bendiciones del r. Rivero. Bien es verdad que, si en Canarias se crean mil puestos de trabajo y al mismo tiempo arriban tres mil foráneos, las cuentas saltan por los aires. Y más si continúa el maridaje, como así sigue, con los banqueros que, junto a la permisividad de los políticos, de izquierdas o de derechas, cierran todas las puertas y ventanas a las pequeñas y medianas empresas, únicas capaces de generar empleo. Ahí tenemos el ejemplo de Bankia, entidad que se ha atrevido a tomarle el pelo a anta Cruz de Tenerife, incumpliendo los compromisos adquiridos contra los desahucios en nuestra capital. Todas estas burlas las acogerán en otras entidades bancarias, lo que vertido en una coctelera no puede reflejar sino una alarmante inquietud, como el pacto antinatura catalán.