CONTINUANDO con los artículos dedicados al arte lírico, especialmente aquellos con los que mantuve cierta relación, hoy me ocupo de uno de los más grandes del siglo XX, Piero appuccilli (Trieste, 1929-2005). Fue un gran barítono italiano que vio interrumpida su carrera en 1992, por un grave accidente de circulación al volver de cantar "Nabucco" en la Arena de Verona.

En Tenerife tuvimos ocasión de escucharlo varias veces. Recuerdo un gran concierto en el teatro Leal de La Laguna, con canciones italianas y napolitanas, y arias de ópera.

Otro precioso momento a repasar de su carrera, también en el Leal, fue con una "Tosca" en la que compartió escenario con Jaime Aragal. En el descanso, tras la muerte de Scarpia, su personaje, se paseó por el público con un gran puro en una mano, y un vaso de whisky en la otra, y al pasar a mi lado le pregunté: "Maestro, ¿qué le parece la representación?", y me contestó: "¡Milagro!". Qué razón tuvo, pues hacer esa representación en aquel aforo, con semejante plantel más propio de la ópera de Viena, tenía mucho mérito. A partir de ahí, tuve oportunidad de hacer cierta amistad y vivir gratos momentos en la compañía de este gran artista. Por aquel entonces ya se había ganado el afecto del público, y su reconocimiento era internacional.

Un día, por la calle San José, me encontré a Piñeiro, empresario importante en la isla en aquella época, gran aficionado a la lírica y pertinaz viajero que conocía en profundidad el arte lírico, además de ser uno de los propietarios del hotel Las Vegas, en el Puerto de la ruz. Me abordó para preguntar si era verdad que appuccilli venía al Leal o si era un sucedáneo, y le contesté que se asegurara yendo a verlo. No le defraudó.

Era un artista excepcional, una persona entrañable, y reacio a recibir falsas felicitaciones. Se daba cuenta enseguida cuando no eran sinceras. Me cogió gran afecto, y le encantaba comer pescadito a la orilla del mar, o un buen cabrito en el norte. Era una persona de costumbres sencillas, y venía con cierta frecuencia a Tenerife a descansar, con un matrimonio amigo residente en Playas de las Américas.

En uno de esos viajes, pasó un par de días con su mujer en el hotel Mencey, y aprovechamos para pasear por isla. Le impresionaron los paisajes, pero sobre todo la cantidad de sitios donde poder comer bien. Lo llevé a Los Abrigos a degustar pescado, y al terminar preguntó por curiosidad cuánto había costado. Al decirle el precio saltó como un perico, pues aquello era el salario mínimo en Italia.

omo todos los grandes artistas que he conocido, los viajes y las largas estancias fuera del hogar le ocasionaban cierta desazón, por lo que estaba falto de aprecio y cariño sincero, por lo que durante cierto tiempo entablamos relación.

Fue un auténtico fuera de serie en las décadas de los sesenta y setenta, y se convirtió en el mejor intérprete de Verdi. Tenía un gran dominio de la técnica, seguridad, naturalidad, fraseo y dicción perfecta, timbre melódico, y gran presencia escénica y teatral. Era un admirable cantante dramático que nunca se comportó como un divo. Hijo de un oficial de la Marina que le inculcó el amor por el mar, apuntaba maneras de arquitecto, pero su padre le inclinó para que tomara lecciones de canto. Se declaraba autodidacta, pues nunca se tomó con seriedad el aprendizaje. "Para mí, cantar es como hablar y respirar", decía.

A partir del accidente se dedicó a la docencia, y cuando todos lo daban por acabado, interpretó un Yago de "Otello" con Plácido, en el que los aplausos duraron una hora. Lo llamaron "el príncipe de los barítonos". Su fallecimiento pasó casi desapercibido, pero por suerte quedan las grabaciones, imágenes y vídeos de sus grandes momentos.

Disfrutemos de la buena música para afrontar con energía positiva el nuevo año.

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