Pues me van ustedes a perdonar o no, pero a la abajo firmante siempre le han gustado las ascuas, esos días en los que no sorprende en lo más minino que cualquier persona que no conoces -generalmente con una copa de más por tanta celebración- te felicite a pie de calle con la cara de felicidad obligada por las fechas, pero con el rictus que ahora lleva todo el mundo por aquello de la crisis.

En mi caso añoro la presencia de mis hijas con sus tibios pijamas de franela y su olor a dormidas, nerviosas por la llegada en unos días de SS.MM los Reyes Magos -ojo que según el apa ahora ya no vienen de Oriente-, empecinadas, noche tras noche en comprobar si avanzaban hacia el pesebre.

or el contrario, tengo yo un amigo que me dice que él no es monárquico y que no quiere saber nada de reyes, que pasa de toda esta parafernalia de las celebraciones navideñas, máxime cuando ya las ausencias te agrian el carácter y nada tienes que celebrar, pero sin embargo disfruta de citas como el Concierto de Navidad en la explanada del puerto de Tenerife.

or eso, porque aún se puede recuperar para la causa, le hablé hace unos días de la magia de la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, de las tradiciones arraigadas en la ciudad, de esos encuentros de villancicos que jalonan toda su geografía, de cómo reconforta al espíritu -generalmente ávido de emociones dulces- una buena interpretación musical en mitad del frío lagunero, con el olor cercano de los puestos de castañas o de los churros del final de la calle de Herradores.

La Laguna es mi eterna enamorada. Amo cada piedra, cada rincón, conozco a las familias de siempre, adivino el viento en las esquinas, los pasos de otros tiempos, los silencios sepulcrales de la ya escasa vida conventual; el tañido de las campanas y la huella del tiempo que muerde los vetustos y emblemáticos edificios. Me gusta pasear por sus calles después que cierran los comercios, cuando se ralentizan los pasos de los transeúntes y los que quedan te miran a la cara, sonríen y saludan, con la elegancia que caracteriza a los de esta ciudad.

Así que moqueando la nariz, con las manos entumecidas y las orejas frías, pero con la mirada brillante por la ilusión, me acerqué a "Tiempo de Navidad", el espectáculo que la Rondalla de la Real Hespérides de La Laguna, puso en escena en el Espacio Cultural Aguere y que sorprendió al respetable. Era de esperar, no solo este colectivo tiene una dilatada historia de buen hacer, si no que en gran parte de sus componentes está la herencia genética de los Hernández - Ito y Antonio-, cuyos hijos y nietos son la columna vertebral de este grupo, todo ello sin desmerecer la presencia de otros tantos buenos amigos que militan en sus huestes.

Casi pidiendo permiso hicieron la guerra en el escenario, pusieron a combatir el folklore navideño de Sudamérica con el de Canarias, y la verdad es que como en el ajedrez, quedaron en tablas, pues si hermosas son las letras de los villancicos de esas latitudes, nuestro "Lo Divino", "Alegrías" o "Baile de La Cunita" no desmerecen a la hora de mostrar la felicidad del encuentro con el público.

Sorprendieron y enamoraron, tanto las voces de Tania, Virginia, Cristina, Javi..., como el bombo legüero con el que Toño marcaba los tiempos, o las espadas que acompañaron a los "ranchos de pascua". Fue una noche memorable y quiero dar las gracias a ese puñado de esperanzas que siguen haciendo del folklore un vehículo de comunicación. Enhorabuena, el espectáculo estuvo trabajado y así se lo comenté al director, a Antonio Hernández.

Sin duda este fue uno de los milagros de la Navidad del 2012.