El 21 de diciembre de 2012 nos deparará el fin del otoño y el advenimiento del solsticio de invierno en el Hemisferio Norte, que, por cierto, será más breve de lo habitual en mucho tiempo, durará algo más de 88 días; también será la antesala del día mágico por excelencia del año fiscal que acaba, o sea el del sorteo del Gordo de la Lotería Nacional, que vendrá cargado de mucho dinero para los elegidos de la suerte y de mucha salud para quienes, por regla general, nos quedamos huérfanos o solitarios en ese camino en que, posiblemente, la suerte no nos acompañe.

Vivimos un cambio de ciclo desde hace ya cinco años y los agoreros o intérpretes de los astros y sus calendarios nos anuncian tiempos apocalípticos, aunque tal vez, como se expresa en el almanaque maya, se trate del paso de una etapa a otra y no el fin de los tiempos. Quizás muchas personas sufran en sus carnes ese devenir aciago ante la imposibilidad de controlar acontecimientos adversos a los que ninguo permanecemos ajenos; o porque las decisiones de los otros, más fuertes y poderosos, influyan en nuestras vidas y que, paradójicamente, están encumbrados en los cielos del poder con nuestras manos.

Momentos difíciles en los que afloran la creatividad y la generosidad, como se constata con el nacimiento de nuevas alternativas empresariales y las ayudas solidarias de entidades y particulares a favor de los menos favorecidos por la fortuna.

Un cambio de ciclo, y no el fin del mundo, con muchas familias sumidas en el desempleo, que suponga una regeneración de la sociedad, que en muchos aspectos deja entrever su lado más noble con acciones solidarias, pero aún insuficientes e incompletas, porque no resuelven el problema de la pobreza y la exclusión definitivamente. Un cambio de ciclo y de mentalidad que no sea siempre socializar las pérdidas y el fracaso cuando tocan bastos y olvidarse de repartir beneficios cuando hay bonanza, o peor aún, fallar en las previsiones.

Un cambio de ciclo, si no se oscurece la Tierra para siempre, que debe servirnos de oportunidad para mejorar en nuestras conductas, redefinir nuestros comportamientos ante nuestros semejantes y nosotros mismos. Porque todos somos responsables de los éxitos y fracasos de esta sociedad en la que nos ha tocado vivir; en definitiva, de la crisis que nos atenaza y amenaza con destruir lo mejor de nosotros mismos.