LA NUEVA cosecha de papa, más extensa por la crisis económica, con aumento, por la sequía, de papa afectada por la polilla guatemalteca, echa un jarro de agua fría sobre las esperanzas de retorno al campo como alternativa al desempleo. En efecto, la sequía ha generado, por zonas, la pérdida de la práctica totalidad de la producción de secano, lo que anima a abandonar los terrenos que se convierten en caldo de cultivo de una plaga que se extiende sin que nadie haga nada por evitarlo. Los agricultores pasan por uno de sus peores momentos: la polilla acaba con el principal cultivo de las medianías del norte de Tenerife, y supone pérdidas millonarias para la economía insular, y ha supuesto, en una década, perder el 80 por ciento del cultivo, afectando al 20 por ciento de la papa sembrada y al 30 por ciento de la almacenada. A ello hay que sumar crecientes costes de producción y precios decrecientes por la competencia de las importaciones que nadie ha querido o sabido armonizar.

Este es el resumen de una situación caótica para la economía del sector primario, y que afecta también al terciario porque deteriora el paisaje, tradicional reclamo turístico. A esto se suma el gran foco de infección de la papa bichada no recogida o tirada a los barrancos. Además, no hay programas continuados de orientación sobre cómo atacar la plaga: manejo de semillas, cómo evitar la diseminación de la plaga y condiciones de almacenaje. Se ha eliminado incluso el suministro gratuito de feromonas, que ayudaba al control en el terreno para evitar su propagación, a lo que hay que sumar los grandes saltos en la ayuda una vez recogida la cosecha, donde se ha pasado de la tutela en la recogida de la papa bichada al arréglatelas como puedas, lo que es la gota que colma el vaso de una producción que llegó a ser seña de identidad de nuestra isla.

Se descarga el problema en cada agricultor individual, al que se le pide que tome soluciones también individuales (lleve usted las papas al PIRS o entiérrelas) a una crisis caracterizada por ausencia de soluciones, falta de previsión y desentendimiento institucional en un problema que tiene responsables políticos.

Pero de nada sirve buscar culpables, sino pedir -más vale tarde que nunca- que todas las instituciones aborden seriamente el problema y aporten soluciones. Soluciones como que se traslade a los agricultores información sobre el manejo de la plaga: control durante la siembra, asesoramiento a pie de huerta y en el almacenaje, medios para deshacerse de la papa bichada (incluido el aprovechamiento de los tubérculos salvables) y ayuda para mejorar los precios para incentivar la siembra, con políticas activas de las instituciones públicas como grandes consumidores del producto local. Si no se hace así, algunos ayuntamientos podríamos vernos abocados a declarar una emergencia sanitaria fatal para la economía sectorial, por las consecuencias que una medida de este tipo podría tener para la comercialización futura.

de la Rambla