EL PASADO 11 de marzo, en el Comentario de El Día, este diario, sin que yo me lo merezca, hace mención a uno de mis artículos que los lectores tuvieron la ocasión de leer.

Mi intención en aquellas líneas no era otra que apoyar los valientes editoriales que nuestro estimado director, don José Rodríguez, con total acierto y convicción escribe sobre lo que debe ser Canarias, como nación, y que comparto íntegramente, dado que desde la capital de España nuestras islas están plenamente olvidadas de los planes y proyectos del gobierno central.

No puedo negar que en el año 1966 el gobierno de Franco me obligó a realizar el servicio militar, y tuve que abandonar mi trabajo para cumplir aquella orden y evitar ingresar en la cárcel, por no acatar la ley vigente en aquellos momentos.

El cumplimiento obligatorio de aquella norma de servir a España supuso separarme de mi puesto de trabajo en unos tiempos duros. Y cumpliendo esa orden ingresé en filas en el cuarto reemplazo de 1967. El periodo de instrucción lo realicé en Hoya Fría. Tres meses sin ver a mis padres y hermanos. Eran las normas a seguir mientras no concluyera el periodo de instrucción. Llegada la Jura de Bandera, pasé, como toda la tropa, por debajo de ella al grito de "¡Viva España!" y depositando el beso como soldado, al igual que mis compañeros. Pero nunca se me pasó por la cabeza convertirme en objetor de conciencia ni me apasionaba esa actitud.

Fueron momentos muy emotivos. Posteriormente me trasladaron al Grupo de Intendencia de Canarias, en La Cuesta, donde permanecí por espacio de unos meses, y luego me trasladaron a la Capitanía General de Canarias, concediéndome el pase pernocta y la licencia para vestir de paisano en la calle y evitar problemas con la Policía Militar, que exigía que los soldados en la calle llevaran el uniforme militar.

Mi residencia la fijé, para poder lograr estos beneficios, en la calle 18 de Julio (hoy Juan Pablo II), donde vivía mi nunca olvidada tía Isabel, hermana de mi madre, quien además tenía en Santa Cruz seis hermanas y un hermano. Mi horario de servicio era de siete de la mañana a dos de la tarde.

Capitanía General me quedaba a una distancia de unos ciento cincuenta metros de la casa de mi tía. O sea, que no tenía el más mínimo problema para estar a la hora justa de entrada.

De mis largos quince meses en la mili, no me puedo quejar, ya que los pasé sin necesidad de mangas, muy bien y cerca de mi nuevo domicilio.

De Santa Cruz recuerdo estampas con bastante nostalgia, allá por el año 1957, como era salir al jardín y ver el mar cercano lleno de barcos y velas blancas. Época aquella en que la capital comenzaba a despertar con sus elevados edificios, pero que al mismo tiempo iban tapando el azul del mar y sus veleros. Fueron aquellos años la época del progreso de la capital, pero los recuerdos aún quedan en la mente de muchos santacruceros.

Conocí casi todas las calles de Santa Cruz, pero especialmente el barrio de El Toscal, cerca de la plaza del Príncipe, donde, en la calle Emilio Calzadilla, vivía mi tía Guillermina.

Ya terminado el servicio militar, comprendí que había perdido quince meses de mi actividad profesional y que los problemas económicos de la familia seguían existiendo, hasta tal punto que pensé que el servicio militar había derrumbado parte de mi vida.

Se me pasó por la mente que Canarias podía ser una nación libre y soberana, pero manifestarme podía acarrear problemas, ya que había que seguir obedeciendo las órdenes de Franco. El tabú existía y la mordaza también, y pobre de aquel que protestara, y para evitar males mayores era conveniente callar antes de convertirse en un rebelde.

Ahora, estimado don José Rodríguez Ramírez, me he dado cuenta y he reflexionado en profundidad sobre sus acertados editoriales. Todos ellos cargados de razón, siguiendo la línea de don Leoncio Rodríguez como liberal y defensor del pueblo canario, y evidentemente tiene Vd. muchísima razón cuando se manifiesta en sus editoriales con la total convicción de que Canarias debe de ser una nación que se nutra de sí misma, y donde las divisas que genera el turismo no sean trasladadas a Madrid. La señora Oramas y el Sr. Perestelo ya no saben cómo agradarle a Zapatero, que solo viene a Canarias en tiempo de vacaciones y en campañas electorales, dándonos por las narices a todos los canarios con promesas falsas que nunca cumplirá, como, en este caso, las aguas atlánticas. Mientras tanto, y por un plato de lentejas mal cocinadas, nuestros representantes de CC apoyan unos presupuestos generales, en los cuales Canarias quedará al margen y no cumplirán con lo prometido por mucho que digan Rubalcaba, Blanco o el mismo presidente Zapatero.

Por consiguiente, y visto y vivido todo lo que aquí le comento, cuente con mi apoyo, con mi afecto y lealtad e intentemos todos unidos llevar a Canarias al lugar que le pertenece. Pero también le digo que no creo en muchos de los políticos que nos representan, porque les han faltado agallas para dar sobre la mesa "cuatro puñetazos" en los temas puntuales que afectan a los canarios. Y esa postura de incrédulo político la mantengo, porque he visto por mis propios ojos cómo nuestros políticos están jugando con el presente y el futuro de estas tierras por las que tanto lucharon nuestros antepasados aborígenes y nuestros abuelos.

Gracias, estimado Sr. director, por esos elogios que no me merezco, pero que le agradezco de todo corazón, y cuente con este fiel colaborador, que, sobre todo, pretende que Canarias y los canarios ocupen el lugar que nos pertenece: vivir en libertad.

Y que los responsables políticos de turno cumplan con sus deberes, auxilien a los que no tienen techo y den de comer a tanta gente necesitada: niños que mueren de hambre y ancianos que vemos por las calles sin tener dónde dormir. Manos Unidas y la Unicef son claros testigos del hambre y la miseria que azotan al mundo, mientras que los políticos tienen bien asegurado su futuro sin importarles lo más mínimo el estado de pobreza en el que vivimos.