APENAS CUENTA ocho años y su diminuto y frágil cuerpo casi ha traspasado el umbral de la vida, con la entereza y la fuerza de la ternura que se desprende de sus manos infantiles, arrugadas por una de tantas enfermedades raras, como la progreria, con el vigor suficiente para sostener una muñeca. Una niña de ochenta, pero que sólo ha cumplido ocho. Ocho décadas casi de un soplo, de golpe, paradójicamente, sin tiempo para crecer, madurar, alcanzar la plenitud de la vida y sublimarla en una vejez normal y corriente. Su imagen plasmada en los medios resulta sobrecogedora, tierna y desgarradora, pero también sublime por la paz que transmite esa sonrisa ajena al capricho cruel de la naturaleza. ¿Y qué son 80 años...?