LA VIDA en cualquier manifestación exige un peaje. Como una autopista en dirección y sentido únicos reclama el pago de un precio, que está en función de lo que hayamos dado de si con o sin contraprestaciones, o en base a la capacidad de producir y transmitir generosidad e incluso compasión con aquellos supuestamente considerados más vulnerables o débiles, y eso ocurre también en esta especie de jungla en la que se ha convertido la convivencia entre seres pretendidamente racionales e inteligentes. Vivimos tiempos aciagos, no sé si fruto de la fatalidad, o de los despropósitos con carta de identidad. Ahora, en época de vacas flacas, toca socializar la pobreza y en eso los socialistas han demostrado ser unos expertos. Los hechos así lo constatan.