LAS ABUBILLAS parecen retomar los cielos de las ciudades en lo que se podría considerar un prodigio o milagro su contemplación aislada. Vuelo solitario y a sobresaltos, como presas del deslumbramiento de un mundo que les es ajeno, agreste e incluso hostil y desgarrador. En Tenerife casi no se les ve, han sido diezmadas por el veneno de una supuesta eugenesia productiva y excluyente. La silueta de su cresta aún revolotea y da forma a la memoria que resiste la extinción y el olvido, antesalas de la muerte.