Al otro lado de los claveles, los cánticos y la música en directo, estrés, ansiedad y miedo. La duodécima jornada del juicio del "procés" ha dejado el testimonio más impactante de los escuchados hasta ahora: el de la letrada judicial que tuvo que salir por la azotea de la Conselleria de Economía.

Montserrat de Toro, la secretaria del juzgado que investiga la preparación del 1-O, ha entrado en el salón de plenos mirando al suelo. Con vestido rojo, zapatos amarillos y chaqueta blanca, esta funcionaria ha relatado, al principio con voz baja y luego más firme, las 17 horas que pasó el 20 de septiembre de 2017 atrapada en la Conselleria que fue a registrar.

Lo ha hecho en un orden perfectamente cronológico y sin incurrir en contradicciones, por mucho que los abogados de las defensas han intentado cazarla en alguna. Su relato, plagado de detalles, de gestos, sonidos y sensaciones, casi trasladaba al oyente a ese día en el que miles de personas se congregaron frente al edificio oficial e impidieron su salida.

El murmullo de la gente (lo ha descrito con el sonido de un abejorro) que escuchaba desde dentro. Los noes de cabeza que le hizo, cabizbajo, el teniente de la Guardia Civil tras hablar con los "Jordis" y la intendente de los Mossos Teresa Laplana. La imagen que fotografió, desde una azotea sembrada de antenas, de un "mar de gente" que llegaba hasta la plaza de Cataluña. Personas aplastadas contra el cristal de entrada tras una "avalancha".

Así, como en una película de acción, se han vivido sus palabras este miércoles en el Supremo, que mostraban, ella misma lo ha dicho, una "percepción muy diferente" de las cosas desde fuera y dentro de la Conselleria. "Le aseguro que para nosotros no tuvo ningún ánimo festivo".

Los claveles y los himnos religiosos que describió Oriol Junqueras al tribunal, ni los vio, ni los escuchó. Entre otras cosas porque le recomendaron no asomarse a las ventanas. Ha relatado, hora a hora, lo que fue pasando dentro del edificio donde registró varios despachos a pesar de que nadie les decía "dónde estaban las cosas".

Lo ha hecho con esa exactitud suiza porque en "un año, cinco meses y dieciséis días" transcurridos desde entonces ha rememorado "cada día lo que pasó para fijarlo en la memoria" y poder contarlo ante el tribunal. Su salud "quebró" tras ese 20 de septiembre.

Ante una sala en silencio solo roto por la lluvia, la funcionaria ha recordado el "tumulto" que se formó, la generosidad de una mossa d''esquadra piadosa que les llevó unos bocadillos (no podían pedir comida para no arriesgar la salud de un pizzero) y el miedo que pasó, sobre todo por la tarde-noche, cuando veía que no podían salir.

Ni siquiera por aire. Pidió un helicóptero y los guardias civiles se rieron de la propuesta. Al visitar la azotea lo entendió: era impracticable.

Lo que seguramente no imaginaba en ese momento es que tuvo que usar las azoteas para salir. Fue después de que los guardias civiles le ofrecieran tres opciones: salir custodiada por dos mossos ("ni la contemplé, era inadmisible), por un pasillo de civiles ("seguía sin tener ningún tipo de seguridad") o mediante un corredor de agentes de seguridad ("dije que no").

Ninguna de las tres garantizaba su seguridad "como persona" ni tampoco que, "como profesional", pudiera sacar de la Conselleria el material incautado en los registros. "Dije que el acta y la documentación se venían conmigo pasara lo que pasara".

"Solo cabía recurrir a la única persona que podía ayudarme", el juez Juan Antonio Ramírez Sunyer, fallecido el pasado noviembre:

- Me tienes que sacar de aquí. No hay opción, no hay salida.

- No te preocupes, voy a hacer lo que pueda.

Y el magistrado, con quien no había podido contactar en horas por problemas con la señal, se puso en marcha. Llamó al mayor de los Mossos Josep Lluís Trapero y le dio "media hora" para que la sacase "del modo que fuera".

El relato de la letrada ha alcanzado entonces su punto álgido, cuando, convertida en protagonista de la película, ha narrado cómo salió gracias a la ayuda de dos mossos que se presentaron al rato de paisano.

"Me ofrecen la salida por el teatro contiguo". "Saldríamos mezclados". "Me dijeron que no tuviera miedo, que me acompañaban ocho mossos vestidos de paisano". En cinco minutos, recogió sus cosas y los siguió.

Atravesó un despacho, un pasillo, una puerta metálica, llegó a la azotea, saltó un murete usando de escalera la rodilla de un agente, descendió por una escalera angosta y llegó a un camerino minúsculo. Y allí se encontró con el último bache: el director del teatro se había "arrepentido" de dejarle pasar.

Media hora de conversaciones y accedió. "La función había acabado, el teatro estaba vacío, el público había salido. No había nadie, solo quedaban los actores". Y la letrada salió, pasada la medianoche, con varios de ellos, a la carrera, hasta un coche camuflado de los Mossos. Con el acta metida en el bolso.

-"Tranquila, ya estás fuera".