EL 14 DE ABRIL, fecha de la proclamación de la II República -a la que todavía algunos odian, y muchos más amamos con sus luces y sombras-, nos obliga a reflexionar sobre aquellos cinco años apasionantes y trágicos de la historia de España, en los que se olvida que no tenían cabida constitucional el derecho a la autodeterminación ni los nacionalismos soberanistas. En abril de 1989 pronunció Juan Marichal, en la Residencia de Estudiantes de Madrid, cuatro conferencias sobre Ortega, Unamuno, Azaña y Negrín, publicadas en un libro con el título "El intelectual y la política", referente de la historia intelectual española republicana para cualquier análisis sobre la II República.

Manuel Azaña, protagonista con Ortega del debate sobre el Estatuto de Cataluña, en las memorables sesiones parlamentarias del 13 y 27 de mayo de 1932, en un discurso que el profesor García de Enterría considera el más importante que se haya pronunciado en España, sostuvo que la República conseguiría la unión esencial de todos los españoles al «conjugar la aspiración particularista o el sentimiento o la voluntad autonomista de Cataluña con los intereses o los fines generales y permanentes de España dentro del Estado organizado por la República».

Comparto la tesis de Ortega y Gasset expuesta en su discurso sobre el Estatuto de Cataluña en las mismas sesiones parlamentarias, cuando sentenció: "El problema catalán es un problema que no puede resolverse. Ha existido antes de la unidad peninsular, y seguirá siendo mientras España subsista, por lo que sólo puede conllevarse. No presentéis vuestro afán en términos de soberanía, sino de autonomía, porque entonces no nos entenderemos. Creo, como Ortega, que "un Estado en decadencia fomenta los nacionalismos, y que un Estado en buena ventura los desnutre y reabsorbe".

Tras la guerra civil, Ortega mantendría el pesimismo mientras que Azaña abandonaría el optimismo, al comprobar la deslealtad en la defensa de la República de los nacionalismos vasco y catalán, como lo revela en "La velada en Benicarló (1939)": «Mientras dicen privadamente que las cuestiones catalanistas han pasado a segundo término, que ahora nadie piensa en extremar el catalanismo, la Generalidad asalta servicios y secuestra funciones del Estado, encaminándose a una separación de hecho. En el fondo, provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de la mente española, sin excluir en ciertos casos doblez, codicia, deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición». El presidente Azaña, a finales de mayo de 1937, decepcionado y abatido, en su Diario, se refiere a "las muchas y muy enormes y escandalosas pruebas de insolidaridad y despego, de hostilidad, de "chantajismo" que la política catalana ha dado frenteal gobierno de la República". Luego, reuniendo a los catalanes con los vascos, anota: "Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere, pero estos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco".

El Dr. Negrín, presidente del Gobierno, en noviembre de 1938, con ocasión del Consejo de Ministros celebrado en Pedralbes, afirmó, según refiere Julián Zugazagoitia: "No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. Estoy haciendo la guerra por España y para España, por su grandeza y para su grandeza. No hay más que una nación: ¡España! No se puede consentir esta sórdida y persistente campaña separatista y tiene que ser cortada de raíz si se quiere que yo siga dirigiendo la política del Gobierno, que es una política nacional. Nadie se interesa como yo por las peculiaridades de la tierra nativa. Amo entrañablemente todas las que se refieren a Canarias y no desprecio sino que exalto, las que poseen otras regiones, pero por encima de todas ellas está España. Quien estorbe esa política nacional debe ser desplazado de su puesto. De otro modo dejo el mío. Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones, que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco. En punto a la integridad de España soy irreductible y la defenderé de los desafueros de los de adentro".

Miguel de Unamuno, en su obra maestra, "Niebla", exclamó: "¡Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna, y mi Dios un Dios, el de Nuestro Señor Don Quijote, un dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español…!". En agosto de 1901, en unos juegos florales, en Bilbao, expuso su visión cuando dijo: "La patria chica, chica para siempre, para agrandar la grande, y empujarla a la máxima, a la única, la gran patria de la Humanidad".

Quienes, desde algunos nacionalismos que traicionaron al gobierno republicano en el campo de batalla contra el fascismo -el nacionalismo vasco se rindió a las tropas italianas sin disparar un tiro con el acuerdo firmado en Santoña el 24 de agosto de 1937-, propician ahora el advenimiento de la III República, carecen de la legitimidad histórica que para ello tienen los comunistas, que sí lucharon y dieron su vida por la República, aunque algunos de estos la traicionan ahora cuando abandonan el internacionalismo y derivan al nacionalismo soberanista.