Los rasgos definitorios de Marcelino Camacho en vida fueron una coherencia a prueba de cualquier coyuntura oportunista y una rebeldía traducida en la lucha sin fisuras por lo que él consideraba irrenunciables derechos de los trabajadores.

Como abarcando ambos rasgos: una honradez seguida hasta las últimas consecuencias y que impregnaba su vida privada, siempre al lado de la fiel compañera (como nos la presentaba en los actos sindicales y de partido) Josefina.

Camacho, uno de los estandartes de la Transición, no sucumbió jamás a oropeles ficticios. Vivió como pensó, al lado de los trabajadores, en una barriada obrera de la zona sur de Madrid, en una humilde vivienda que, para quienes tuvimos la suerte de visitarla, era el paradigma de un hogar. Allí, Josefina y Marcelino, con un entrañable sentido de la hospitalidad, nos ofrecían vino dulces y pastas y, en las conversaciones en torno a la camilla, un solo asunto: la lucha obrera.

Un signo externo de Camacho, pregonado en la agonía del franquismo y en el nacimiento de la democracia, fueron sus jerseys de cuello vuelto y lana gorda, que le tejía la propia Josefina para que no pasara frío en los duros días de la prisión de Carabanchel. Este desvelo de la compañera creó una estética en el vestir que hizo suya con orgullo la progresía militante de izquierdas en aquellos ilusionantes tiempos.

Marcelino, sin más protocolos, como le gustaba ser llamado por cualquiera que se le acercase en las muchas manifestaciones que presidió, fue un sindicalista entrenado en la dureza de la clandestinidad, del exilio y de la prisión. No es extraña, pues, la firmeza de sus convicciones.

Firmeza que, por un lado, combinaba con una flexibilidad negociadora, fundamental para llevar a buen término el deseo de reconciliación que albergaba la Transición. Fue firmante del primer gran acuerdo de la democracia: los Pactos de La Moncloa, y su rúbrica siguió plasmándose en varios de los acuerdos sociales que se dieron en las etapas de gobierno de la UCD y del PSOE de Felipe González.

Nunca ocultó su militancia comunista, es más se enorgullecía de ella, incluso en los tiempos en los que semejante ostentación era pasaporte a la cárcel, pero se revolvía molesto cuando CCOO era tachado en los periódicos como sindicato comunista, pues presumía de una militancia muy polifacética, en la que, decía, no faltaban militantes de la UCD y hasta de Alianza Popular.

La acción sindical de Marcelino Camacho, el primer secretario general de CCOO, no puede entenderse tampoco sin el concurso de su adversario sindical, Nicolás Redondo, el histórico dirigente de UGT.

Redondo-Camacho o Camacho-Redondo era la dualidad sindical del momento, pero también una demostración de ese dicho tan español de "juntos, pero no revueltos".

Muy distintos de carácter y de talante, sin que esa diferenciación tenga ventajas cualitativas para ninguno, sellaron una discrepancia con mucho de cabezonería y química personal, que muchos atribuyeron a la frase lapidaria de aquel debate televisivo: "mientes Marcelino y tú lo sabes".

La realidad es que, cuando Camacho dejaba en manos de Antonio Gutiérrez la Secretaría General de CCOO, la unidad de acción sindical con UGT fue cuestión de tiempo y, en poco menos de un año, se ponía a prueba con la huelga general del 14 de diciembre de 1988, "el día en que hasta dejaron de volar los pájaros", como proclamaba triunfante Redondo en uno de sus primeros análisis.

Agnóstico, siempre se significó por un profundo respeto hacia las creencias religiosas. Puede que, porque en los orígenes de CCOO, estuviera el embrión de algunas organizaciones cristianas de base; puede que, porque en los difíciles años del franquismo, tuvieran en los curas obreros un reclamo de militancia y en los templos de las barriadas populares se pudiera practicar la costumbre medieval de acogerse a sagrado.

Por si eso fuera poco, leía con fruición los informes sobre el estado de la pobreza en España que editaba Cáritas y muchas de esas conclusiones constituían la base de sus mítines.

Solo la muerte ha podido ser el reposo de este infatigable luchador.