EL VUELCO electoral se ha dado. Las encuestas de ayer sólo hacen reiterar lo que cantó la urna. Puede el PSOE intentar limitar los daños, aparentando incluso que se sienten aliviado y que lograrán cuando llegue el momento decisivo darle la vuelta al marcador, pero más allá de la propaganda el hecho de la derrota, y van dos: Galicia y europeas, es dolorosa, pasa factura y la sonrisa está cada vez más impostada.

Los movimientos del suelo electoral son muy lentos en España donde se vota más por sentimiento de pertenencia a unas siglas, a los "míos", que por racionalidad y gestión. Una base muy firme de los grandes partidos hace que no se den grandes corrimientos. Pero también, y son la clave, existe una franja de votantes que ha superado esa etapa y que decide el voto en función de situaciones, resultados e intereses. Y es esa la que ha variado y está decidiendo elecciones. Es un porcentaje aún pequeño pero significado y decisivo. El que ha hecho que los puntos de ventaja con que Zapatero ganó en 2008 sean ahora los que le lleva de distancia el PP.

Por supuesto que es la crisis la que ha provocado el cambio de signo. Pero no la crisis en sí misma sino en cómo la ha gestionado y gestiona el Gobierno. Desde su negativa aquella a reconocer su existencia hasta este optimismo avestrucista empeñado en ocultar la realidad a base de ensoñaciones futuristas. Sobre todo, flota la cada vez más vacua personalidad y filosofía del presidente y a su pies se mueve cada más erráticamente un Gobierno en pleno desconcierto.

Si el primer Gabinete de la nueva legislatura estaba socarrado a los pocos meses de empezar a ejercer, este segundo no ha durado ni siquiera unas semanas y la entrada de los pretendidos revulsivos sólo ha hecho empeorar la cohesión, crear aún más disfunciones y trasmitir la sensación de que, amén de la más que dudosa idoneidad, andan cada cual a su bola y sin dar pie con ella.

Más que un Gobierno lo que toma cuerpo es una imagen de batiburrillo de ministros y ministras que se mueven sincopadamente y en diferentes direcciones. Como pollos sin cabeza, vamos. Hay varios que ni se sabe bien en qué consiste su trabajo. Y ahora, además, hay claros síntomas de guerras intestinas, de zancadillas y rivalidades apenas disimuladas. Y encima María Teresa Fernández de la Vega ya no es lo que era, ni manda lo que mandaba, ni se le hace el caso que se le hacía. La privanza se ha desplazado hacia Elena Salgado y ya hay competición hasta en el vestuario.

Parlamento y partido no andan mucho mejor. José Antonio Alonso y Leire Pajín son los sustitutos de Rubalcaba y Blanco. El primero al menos tenía un buen segundo: Ramón Jáuregui, pero el empellón hacia el Parlamento Europeo y la entrada del joven Madina ha supuesto, por ahora, un verdadero fiasco. Las levitaciones de Leire acabaron con la campaña y se duda de que vaya a dirigir la siguiente. El calendario no pinta bien: primero catalanas, donde el poder puede volar, y luego municipales y autonómicas, donde pueden perder capitales y grandes municipios e incluso alguna autonomía hasta hoy intocable, mientras que el PP mantiene una gran firmeza en sus bastiones.