Sostienen algunos historiadores que la mayoría de acontecimientos destacados fueron resultado de la suma de unas causas estructurales y de otras coyunturales, o, lo que es lo mismo, del pasado y de unos hechos puntuales que desencadenaron lo que vino después. Salvando las distancias, algo así ha ocurrido en La Barranquera, la principal zona de baño de Valle de Guerra, donde años de carencias se han unido, cifran los vecinos, a un verano con hasta siete accidentes en su costa. El resultado: han acabado alzando la voz.

El musgo y la ausencia de una baranda son, por tanto, el origen de una crítica amplia, de un listado de carencias que se podría resumir en una sola idea: considera un grupo de residentes -viven allí de forma permanente en torno a unos 40- que este pueblo costero está abandonado, tanto en dotaciones como en servicios.

Casi sin llegar, un edificio en ruinas es una de las primeras imágenes que recibe el visitante. Es al final de una carretera que discurre entre invernaderos y que termina con el característico olor a mar del litoral del Nordeste, de los pocos atractivos que le quedan al enclave si se atiende al discurso local. Se quejan del estado de las duchas, de la lejanía entre sus casas y los contenedores de basura, que en los puntos más frecuentados no hay ni un banco para sentarse, de los desperfectos tanto en los muros como en el pavimento... El tono de sus reivindicaciones se mueve entre el enfado y ciertas dudas de que realmente vayan a ser escuchados.

Unas nasas apoyadas en la avenida recordaban en la mañana del pasado miércoles la vinculación que este espacio siempre ha tenido con la pesca. Cerca de ellas, un caballito oxidado. "Este es el gran parque infantil de La Barranquera", ironizaba una señora. Más abajo, unas rocas entremezcladas con algo de basura y hasta, según la gente de allí, una fuga de aguas fecales. Un lugar de baño inseguro, la falta de un recinto para limpiar el pescado, una escalera de acceso entre las rocas y el agua que está mal conservada...

Suma y sigue. A medida que avanza el paseo, los verdaderos conocedores de este núcleo no paran de señalar desperfectos o viejas demandas. Desde una capilla para una virgen del Carmen que hoy se ubica en una especie de urna acristalada hasta otras necesidades más terrenales, como que la línea de guagua que llega al barrio tejinero de Jóver acuda a La Barranquera (durante el invierno ninguna ruta pasa por allí), una mayor limpieza -"el barrendero solo viene algunos días; otros acabamos limpiando nosotros", detallan- o que se cree el contexto adecuado para que algún negocio se instale en la zona. Y es que, si se exceptúa un quiosco que abre durante el verano, de resto no hay nada más. Cero. De su presente ni siquiera les gusta el cartel que da la bienvenida al pueblo: "Locals only", reza un grafiti de varios metros en la quintaesencia del localismo surfero. Se muestran también disconformes con que la asociación de vecinos no se haya implicado con las necesidades.

Su objetivo último es claro: que La Barranquera vaya cambiando para que recupere su mejor versión e ir superando el bache en el que se encuentran en la actualidad. Algo parecido a lo que ocurre en Bajamar; ir mejorando. Quieren al menos acercarse al núcleo que muchos laguneros guardan en la memoria de las visitas que realizaban hace décadas.