En el caso del convento de clausura de Santa Catalina de Siena de La Laguna, quedan muy pocas monjas para afrontar una labor que, a lo largo de siglos, ha enriquecido el acontecer histórico-religioso de La Laguna, ya sea desde el punto de vista de la fe, como de la repostería y encuadernación, en las que estas monjas son las mejores.

Un convento que se ha mantenido no por las ayudas oficiales, que han sido pocas, sino gracias a las donaciones de particulares y al dinero que entra destinado a Sor María de Jesús, la monja incorrupta del monasterio, cuyo principal milagro ha sido mantener esta pobre congregación de monjas de clausura.

Las Madres Dominicas a cualquier joven de la ciudad o de las Islas le hacen la siguiente pregunta: "¿Te gustaría formar parte de la familia de Santo Domingo? Atrévete a conocerla".

Las monjas explican que la Orden la forman todos, pues hay laicos, hermanas, frailes y religiosas. Explican que lo que hacen es tratar de vivir el Evangelio. Los frailes predican, enseñan y están al lado del que lo necesita. Las monjas, por su parte, rezan por la salvación de todos los hombres, y junto a la familia dominica, construyen el Reino. Trabajan para solidarizarse con todos los hombres y ganar el pan de cada día, y estudian porque es un medio para la contemplación.

Los laicos, en su ambiente, tanto sea en sus hogares, como trabajos o en la sociedad, son portadores del carisma de Santo Domingo.

Meta de las Dominicas.- Las Dominicas tienen una meta común, como es el ideal de Santo Domingo, y quieren que las jóvenes reflexionen sobre lo siguiente: "Si descubres que en tu corazón existe la quietud, vive la aventura más bonita del mundo. Dios te ama. Ven". Es de destacar que el convento de Santa Catalina cierra, con la fachada de su iglesia, uno de los laterales de la plaza del Adelantado.

Ya desde 1524 los frailes dominicos manifestaron su intención de que se construyese un convento con monjas de la orden de La Laguna, para lo cual incluso llegaron a ceder los terrenos. Sin embargo, hay que esperar hasta principios del siglo XVII para que este proyecto se haga realidad.

De todos modos, gran parte del mérito de la fundación de este convento correspondió a Juan de Cabrejas, regidor de la isla de La Palma, y a su esposa María de Salas. En 1600 Cabrejas adquirió las antiguas casas de los Adelantados, por largo tiempo desocupadas y parcialmente en ruinas, y en 1605 las cedió a los dominicos. Finalmente, el 20 de agosto del año siguiente, firmó junto a su mujer el acta de fundación del convento. Las obras avanzaron muy rápidamente y el 23 de abril de 1611 se inauguró el Convento de Santa Catalina de Siena.

Al parecer, como hemos dicho, la construcción del primitivo convento se realizó aprovechando algunas de las estructuras que quedaban de las antiguas casas de los Adelantados. No obstante, este dato es de difícil verificación debido a las posteriores remodelaciones.

Primera congregación.- La primera congregación la formaban cuatro monjas venidas de los conventos sevillanos de Santa María de Gracia y de la Pasión. Junto a ellas, se refugiaron en la clausura, una vez muerto Cabrejas, la viuda de éste y una hija de ambos.

Partiendo de estos modestos principios, la comunidad fue creciendo en número y el convento adquirió mayores rentas, hasta convertirse en uno de los más importantes de la isla. A fines del siglo XVII, entre sus muros vivían alrededor de cien monjas, a las que habría que sumar el servicio que cada una trajo consigo.

Este rápido crecimiento de la comunidad llevó aparejada la transformación y ampliación del edificio original, por medio de la compra e incorporación de las viviendas y solares contiguos hasta ocupar toda la manzana, tal y como se nos presenta hoy. El mismo proceso ocurrió en el otro gran convento de clausura de La Laguna, el de Santa Clara.

El interior está definido por un claustro principal con columnas de piedra en plante baja y soportes de madera en la superior. Cuenta así mismo con su correspondiente huerta y galerías de celdas que albergan a la actual comunidad.

Los muros exteriores.- Los altos muros exteriores del edificio son muy propios de las construcciones conventuales canarias ubicadas en el medio urbano, y apenas tienen elementos arquitec- tónicos destacables. Todo ello contribuye a dar la sensación de solemnidad y distanciamiento de la vida mundana que la clausura requiere. Sólo rompen esta monotonía la fachada de la iglesia, con dos puertas de acceso bajo arcos de sencilla cantería roja, y la entrada al propio convento, situada en el estrecho callejón de la Caza, que cuenta con un pequeño patio en el que se encuentra el correspondiente torno.

La iglesia del convento es de una sola nave. Pertenece a la parte más antigua y conservada del mismo; en ella destacamos el retablo principal, en estilo barroco algo recargado, que data de la segunda mitad del siglo XVII, y el gran altar de plata con su sagrario y expositor.

Por otro lado, si levantamos la vista observaremos los dos únicos elementos que destacan de la solidez y la frialdad exterior del conjunto. Se trata de los dos miradores o ajimeces, característicos también de la construcción conventual canaria de clausura. Situado uno en la esquina de la plaza del Adelantado con el callejón de la Caza, y el otro en la diagonal opuesta, en la calle de La Carrera, ambos ajimeces, con sus complicadas celosías de madera y sus formas, recuerdan al típico balcón canario.