LA DINÁMICA positiva parece en marcha a las puertas de la fase decisiva. El Tenerife llega al momento clave de la temporada cargado de razones para ilusionarse con dar el gran golpe viniendo desde atrás y conseguir el ascenso. Los síntomas que ayudan a reconocer el cambio de tendencia se encadenan: dos victorias consecutivas, seis goles a favor y ninguno en contra, crece la aportación de jugadores clave como Chechu o Perona, se recupera justo a tiempo un baluarte de la importancia de Kitoko, y Quique Medina cuadra una alineación convincente a partir de la toma de decisiones que los otros dos entrenadores no se atrevieron a acometer, como la suplencia de un apagado Luismi Loro, la salida de escena del errático Cristóbal o del irrelevante Marcos Rodríguez, por quienes la afición lleva esperando toda la temporada. Es una apuesta por la competitividad, de manera que ahora juega el que rinde en el campo.

Tal como ha ido la campaña por estos pagos, no encuentro mejor situación que esta que atraviesa el Tenerife para encarar los "play-offs"; cualquiera hubiera firmado acceder a las eliminatorias en semejante estado anímico, con el equipo rearmado de confianza, con una alineación tipo ya bien definida, en un entorno (mediático) predispuesto a ayudar y en el marco de una corriente imparable que puede marcar la diferencia, la del tinerfeñismo deseoso de encontrar por fin un equipo que devuelva tanto apoyo. Estamos todos. A partir de ahora, el vestuario debe manejar mentalmente la situación, controlar esta euforia incipiente y conservar el hambre de victoria del día del Oviedo. Sobre esta ola, el Tenerife es capaz de ganar a cualquiera. Por lo menos, por intentarlo que no quede.