EL TENERIFE no ha tocado fondo. Ayer avanzó un paso más en su acelerada carrera de descrédito con la destitución del entrenador al que contrató hace menos de tres meses para que elaborase el proyecto de la próxima temporada. Cordero, un recién llegado, buscó un hueco en su agenda, un corto espacio de 7 minutos escasos, para echar a David Amaral en nombre del presidente. Esa agenda de Cordero está repleta de asuntos por resolver. Casos todos ellos que Juanjo Lorenzo (¡cómo te vamos a echar de menos!) tenía casi arreglados, en clave de educación y respeto a lo pactado con los jugadores.

Pero, por si alguien aún no se ha percatado, el Tenerife ha dado un giro brusco en su manera de actuar, porque ha caído en otras manos. Sus formas de ahora, que no son las que se estilaban por aquí, nos pueden llevar al abismo si los jugadores denuncian sus contratos ante AFE. Con razón, porque hace unos días los empujaron a salir cuanto antes en unas determinadas condiciones y ahora que se han buscado a donde ir, si quieren rescindir aún renunciando a los años firmados, los fuerzan a que renuncien a sus fichas de esta misma temporada y a los tres sueldos que les faltan por cobrar...

David sale del Tenerife con la cabeza bien alta. Vino porque lo llamaron, firmó un año más de contrato porque el club se lo concedió, trató de hacer un milagro deportivo y no pudo, como no habían podido cuatro antes que él. Pero no traicionó a nadie de los que lo contrataron, porque David es así. Si no lo sabían, menos me explico su fichaje. Quiso formar un Tenerife diferente para volver a Segunda A y no se lo han permitido. Siempre nos deja algo: antes de él, mirábamos al filial y parecía que no había nada potable. Ahora pensamos diferente, aunque creo que ese hermoso cuento también se acabó.