Los aficionados jóvenes valoran más un regate que un pase al primer toque, celebran un caño o una rabona con pasión y no pasan de la indiferencia cuando ven un buen desmarque; jalean un gol pero solo guardan en la memoria los que tienen determinada estética. Al delantero que mete muchos y todos los años con una mecánica más austera se le mide por la cantidad... Valorar al Nino de los 40 partidos de media es síntoma de madurez.

Me queda la certeza de haber disfrutado durante cuatro años del prototipo de futbolista auténtico, del jugador que enriquece a su equipo con cada cosa que hace en el campo, porque entiende el fútbol con mentalidad colectiva (aunque lo tachen de egoísta), acierta en la toma de decisiones y ejecuta sus acciones con una eficacia demoledora. Es curioso, pero Nino mejora si lo ves cada semana; en la distancia, cuando jugaba en el Elche, me parecía menos, aún como habitual de los resúmenes de televisión, porque era el que marcaba los goles. Pero su estilo austero, simple y directo dejaba pocas secuencias brillantes para la galería. Ni rabonas, ni caños, ni tiros libres, ni remates a los ángulos altos, ni slaloms de cinco regates. "Solo" apariciones, controles, desmarques, remates y goles, muchos goles. Pero cuando puedes disfrutar de su juego cada semana, encuentras su dimensión real, lo ves aparecer entre líneas para ha-cer un apoyo de primeras, o para bajar del cielo un pelotazo, o para cambiar la orientación del juego, o para activar una presión colectiva, todo con el sello de la precisión absoluta. Y ves cómo nacen sus goles, los peleados, los prefabricados, los clásicos, los imposibles, los de la fe... Hemos disfrutado de un futbolista impresionante. Un jugador auténtico.