EL FÚTBOL no debería permitirse un descenso del Tenerife. La frase, que le pido prestada a un amigo, resume las sensaciones que provoca el agónico triunfo blanquiazul ante el Racing de Santander. Agónico por lo corto del resultado, pero no por el desarrollo del encuentro. Igualado en la primera parte y con ocasiones para ambos, los locales acertaron en una al borde del descanso. Casi no fue una oportunidad, sino una acción a balón parado bien aprovechada por Román y mal defendida por los de Miguel Ángel Portugal.

Cambió la decoración tras el descanso. El Tenerife dejó los nervios en el vestuario y su juego ganó en serenidad y criterio. Buscó y encontró el 2-0, disponiendo de oportnidades para golear. Sólo Coltorti lo evitó. Luego llegó el error. En esta ocasión fue de Aragoneses, al que poco hay que reprocharle durante la temporada. El caso es que, sin que los cántabros rondaran el empate, los 25 minutos restantes se convirtieron en un calvario. Cuando cayó el empate del Málaga, muchos temieron porque la tarde terminara de oscurecerse, pero no fue así.

Aquí es donde volvemos al principio. El fútbol no quiso ayer que el Tenerife consumara virtualmente su descenso porque estamos ante un equipo honrado. Cuando se equivoca, no lo hace por negligencia sino porque su nivel le impide dar más. Sus lagunas de concentración tienen que ver con lo mismo: su nivel. Incluso con carencias, es capaz de pelear como lo hizo en el tramo final ante el Racing para defender su victoria a base de orden, ayudas y orgullo.

Vamos, que este Tenerife se habrá equivocado más o menos, pero no ha hecho dejadez de funciones en ningún momento. Por todo eso, el hecho de contar con una prima por la permanencia no les hace correr más ni ser mejores. Porque el mejor premio para un grupo honrado es seguir en Primera. Y con lo que demuestra en el campo (casta y buen fútbol), sería un guiño cruel del destino que no lo lograra.