INCLUSO DESPUÉS DE varias jornadas de reflexión, continúa resultando muy difícil encontrar una explicación a lo que sucedió en el Santiago Martín, el pasado viernes, en el encuentro que el Tenerife Rural disputó ante el Melilla.

Pero no, por inexplicable, es la primera vez que sucede y, a buen seguro no va a ser la última. Es otro regalo que da este deporte. Quienes vamos teniendo algo de experiencia, podemos encontrar bastantes ejemplos de partidos casi sentenciados que, sin saber el por qué y cómo pararlo, terminas perdiendo.

El Tenerife Rural realizó veintitrés minutos muy completos de baloncesto. Probablemente los mejores de la temporada. Defensivamente el equipo sigue teniendo mucha intención, mucha calidad y enorme acierto en sus acciones. Ante Melilla rozaron la perfección. Delante fueron capaces de limitar errores, de jugar con velocidad pero sin precipitación y fueron ganando confianza con buenos porcentajes de acierto.

Pero como si de otro equipo se tratase, el atasco sufrido por los de Iván Déniz, en la segunda parte, fue monumental. Y cuando te pasa esto en un partido, lo peor es que, viéndolo venir, no encuentras solución. Incluso jugando mal, sólo te hace falta un poco de suerte para escapar. Pero tampoco la suerte llega. Viendo repetido el partido el entrenador se flagela pensando en haber hecho otra cosa que hubiese permitido frenar la debacle. Pero en ese momento sólo tienes la angustia de ver como se te va de las manos un regalo para el que estabas haciendo muchas cosas buenas.

Tácticamente no estuvieron acertados. Les faltó claridad y, seguramente, calidad para sumar algún punto más en ese fatídico último cuarto en el que sólo hicieron una canasta en juego. Claridad porque no fueron capaces de meter un balón dentro, durante casi todo ese período y, al menos crear la duda a los árbitros de cobrar faltas que les hubiesen llevado al tiro libre para desatascar un juego cinco contra cinco sin ideas. Y calidad porque tanto Boccia como Eric Sánchez tiraron cinco tiros entre los dos, completamente solos y no convirtieron ninguno, además de un palmeo de Roe que tampoco quiso entrar.

Lo más negativo las secuelas que deja en un grupo que transmitió, en ese último cuarto, poca disciplina con decisiones de lanzamientos desde muy lejos y exentas de rigor táctico. Los tiros de Sergio y de Fergerson, desde casi ocho metros, fueron un ejemplo.

Ni jugadores ni cuadro técnico pueden atreverse a tirar la primera y justificar una segunda parte nefasta y con cierta negligencia deportiva, pero para poder debatir este lamentable final del Tenerife Rural, que terminó perdiendo por la mínima ante el segundo clasificado de la Liga, no deberíamos olvidar la puesta en escena, en los primeros veinte minutos, de un equipo al que a falta de cuatro jornadas y con los deberes mínimos hechos, no se le debería dilapidar.