La victoria del Partido Justicia y Desarrollo (PJD, islamista) en las elecciones municipales y regionales del pasado viernes en Marruecos responde a varias razones, entre las que destacan su organización como partido, el carisma de su líder Abdelilah Benkirán y su imagen de honestidad.

El PJD ganó con porcentajes contundentes (entre el 40 y el 70 %) la mayoría de escaños en Casablanca, Rabat, Fez, Marrakech, Tánger, Tetuán y Agadir, lo que muchos llaman el "Marruecos útil", formado por el tejido urbano que concentra la población, la industria, el turismo y el PIB del país.

A falta de que los datos totales sean comunicados por el Ministerio del Interior, el PJD sostiene que ha ganado en número de votos, al sumar 1,5 millones de los ocho depositados en las urnas, un dato que relativiza el hecho de que el partido sea tercero en escaños (gracias a un mapa electoral que favorece a las zonas rurales).

"Esta contundente victoria ha sido una sorpresa incluso para ellos", dijo Ali Anuzla, fundador y director de la web Lakome2.com. "El PJD ha cosechado en las ciudades un voto claramente político y se ha ganado el apoyo de los que lo ven como un partido con las manos limpias, mientras que en el campo, sin embargo, la maquinaria de notables sigue influyendo a la hora de votar".

La imagen de honestidad es repetida una y otra vez en los análisis que se han sucedido durante el fin de semana, tratando de explicar cómo el partido se ha podido sobreponer a un escenario político de "todos contra mí", a una mayoría mediática hostil y a un entorno regional donde los islamistas viven horas muy bajas.

Además, "es el único partido que ha demostrado fuerza organizativa durante todas las etapas de la campaña: no hemos visto escisiones, ni corrientes internas, sino un partido que gestiona sus diferencias internas con democracia, contrariamente al resto de partidos", escribe hoy el diario Asabah, a priori muy lejano a los postulados islamistas.

La misma idea la repite el diario Ajbar al Yawm: el PJD ha sido el que más presencia ha mostrado en las calles de las ciudades y pueblos, y hasta en las redes sociales, lugares donde sus militantes han sido mucho más activos y creíbles que los de sus rivales.

Mucho ha tenido que ver también el carisma del secretario general del PJD y presidente del Gobierno, Abdelilah Benkirán, como dijo el politólogo Larbi Bentomán, para quien tiene una capacidad comunicativa desconocida en la clase política marroquí.

"Benkirán tiene la habilidad de presentar un discurso que parece el de un opositor: al referirse constantemente a todas las reformas que no ha podido llevar a cabo, da la idea de que es un hombre que lucha contra el sistema, y esto vende", señaló Benotmán.

Para el diario Ahdaz al Magrebiya (también claro adversario de Benkirán) la victoria del PJD significa "la liberación del juego político en Marruecos, sobre el que ya no hay marcha atrás", y demuestra además que la política en el país "no está sometida a los cálculos de su entorno regional, donde los islamistas son fuente de inquietud".

Ha llamado la atención que el PJD no haya sufrido el desgaste que gran parte de analistas le vaticinaban, sobre todo tras casi cuatro años de encabezar el gobierno nacional; más aún, en las únicas ciudades grandes donde ha gobernado, que son Tetuán y Kenitra, ha revalidado cómodamente su victoria.

Curiosamente, el desgaste parecen haberlo sufrido casi todas las demás formaciones: el Partido Autenticidad y Modernidad (PAM) que pese a ser el que más escaños suma, pierde las simbólicas alcaldías de Marrakech y Tánger; el Istiqlal, que pierde la de Fez (feudo histórico del partido) y la Unión Socialista, desbancada de Rabat y Agadir.

El antropólogo Mohamed Nayi, de la Universidad de Rabat, ha subrayado en su blog que sería un error considerar que el electorado marroquí está "cegado por la cuestión religiosa"; según él, "ha depositado un voto útil contra el abuso y la corrupción".

En cualquier caso, y como subraya Ali Anuzla, no caben esperar grandes vuelcos en la gestión de las ciudades o en los gobiernos regionales, dado que en las regiones y municipios marroquíes lo esencial del poder sigue residiendo en las wilayas, los gobiernos civiles cuyos titulares son nombrados directamente por el rey.