Una lona negra de dos metros de alto por uno y medio de ancho se apoya sobre unos palos de bambú, y en el espacio que se forma en su interior, Sheila refugia a sus dos hijos mientras se toca el vientre que acoge al tercero: forman una de las 8.000 familias que desde hace casi dos meses componen la favela Nova Palestina.

Apoyados por el Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST), las alrededor de ocho mil familias han ido formando este campamento ilegal en el sur de Sao Paulo, la ciudad más rica y poblada de Brasil, donde está previsto construir un parque.

Sheila Parifida, de apenas 25 años, está casada con Paulo, camarero, quien aporta los únicos quinientos reales (unos 212 dólares) que entran en la economía familiar al cabo del mes y que no alcanzan para comprar las medicinas de Wendel, de un año y medio de edad, que nació con un solo riñón.

"Solo el remedio de mi hijo pequeño son 800 reales (unos 339 dólares) y con una caja tenemos para diez días", cuenta Sheila, cuya "única preocupación" es la salud de sus hijos, algo que, a su juicio, "no está garantizado viviendo en estas condiciones".

Según constató Efe, muchas de las tiendas levantadas fueron ya arrasadas por las fuertes lluvias de verano que están cayendo en las tardes de Sao Paulo y que convierten el suelo sobre el que duermen en un resbaladizo y húmedo barro, nido de bichos y suciedad.

Claudia Lourenço, del MTST, señala a una mata verde del otro lado de la carretera y exasperada justifica: "tienen un parque del tamaño de Ibirapuera (uno de los más grandes de la ciudad) ahí enfrente, nosotros solo queremos un lugar en el que vivir, el terreno lleva cuarenta años sin uso y ahora nos quieren echar".

"Es la vida del oprimido", se queja Claudia quien analiza que "primero viene la vivienda, luego la salud que es consecuencia de ésta y luego la educación". "Es un proceso largo", sentencia.

Hoy -como todos los días- se sirve arroz, frijoles negros y carne seca en la cocina comunitaria de la calle 21, de unos 12 metros cuadrados delimitados por tablas pintadas de rosa, en la que hay un fogón y un aparato de música. El frigorífico llegará más tarde, procedente de la antigua cocina que se llevó la lluvia anoche.

"Son alimentos que los propios pobladores donan, cada día una familia cocina y sirve al resto de vecinos", explica Lázaro Santos, coordinador de la calle 21, obrero eventual.

Como el resto de sus pobladores, Santos considera que la mejor opción en la zona, es la construcción de un edificio para poder acoger a todas las familias: "el terreno -de un millón y medio de metros cuadrados- es pequeño para tanta casa".

Para la ducha hay dos opciones: una es tomar agua del baño comunitario que pagaron entre todos -"(Fernando) Haddad (el alcalde de Sao Paulo) nos prometió uno y un sistema de agua pero seguimos esperando", cuentan- y la otra, caminar una hora hasta llegar a una cascada.

La luz, "poca", según dicen, la consiguen, como en casi todas las favelas, a través de un cableado (ilegal) que ellos mismos instalaron.

Pese a dichas condiciones, 4.000 personas esperan en la lista de espera para entrar a vivir en Nova Palestina, cuyo nombre fue elegido en la asamblea que los pobladores, quienes se autodenominan ya "familia", celebran cada día a las 19.00 horas en una barraca con improvisados bancos hechos a base de palés.

Mientras, el ayuntamiento de Sao Paulo alega que la zona ocupada por el MTST es un "área de protección ambiental" y, según afirman, "el propio movimiento reconoce que en el terreno ocupado solo cabrían mil familias".

Asimismo, fuentes de la alcaldía informaron que "no se iniciaron las conversaciones con los propietarios para el futuro proceso de expropiación del terreno para la implantación del parque porque no existen recursos disponibles".

No obstante, los pobladores de Nova Palestina insisten en su derecho a una vivienda digna y se quejan de que los recursos de la ciudad se destinen a otros fines.

"Para el Mundial sí tienen dinero, para esos autobuses nuevos y modernos, pero para nosotros nada", se escucha en los corros que se forman en cada calle, en cada esquina, donde se juntan, critican y lamentan estos sin techo que ya llaman hogar a esta nueva favela.