Centenares de heridos por la represión del régimen sirio han conseguido llegar al Líbano para recibir tratamiento médico, donde intentan dejar atrás los horrores sufridos en sus lugares de origen después de un viaje lleno de peligros.

Dieciséis de estas víctimas se encuentran ingresadas en un hospital de la ciudad septentrional de Trípoli, donde, en una planta reservada a ellas, varios jóvenes se turnan para cuidarles.

Es tal su temor, que si alguien quiere sacarles una foto se cubren la cara con una bufanda, ya que temen por sus familias, que están en Siria y de las que aseguran no tener ninguna información.

Uno de ellos, que responde al nombre ficticio de Ahmad, recibió los primeros auxilios en un hospital clandestino en Homs, uno de los bastiones de la oposición al régimen de Damasco, instalado en una casa dotada con apenas algunos instrumentos sanitarios.

Gracias a la ayuda de la Cruz Roja libanesa, Ahmad yace ahora en una cama en el centro de Trípoli, con un brazo cubierto completamente por gasas, hinchado al igual que la mano, y con heridas en el pecho.

Se salvó, dijo a Efe, gracias a que le sacaron una vena del pie para injertársela en el brazo, aunque al igual que muchos de los enfermos tendrá que someterse a más operaciones para recuperar su uso.

"Me encontraba en el salón de mi casa cuando un primer obús cayó, seguido momentos más tarde por otro. No sé quién me sacó, lo único que recuerdo es que me desmayé y me pusieron en un coche; después supe que la Cruz Roja libanesa me trajo a este hospital", recuerda.

Su gran preocupación es su familia, a la que logró sacar de Homs antes de ser herido, pero con la que no tiene ningún contacto desde que llegó al Líbano hace algunos días.

"Todos los civiles están huyendo -afirma Ahmad-. Quedan, sobre todo, los ancianos y la gente que no tiene a dónde ir. Están sin agua, ni electricidad, ni comida".

"No queremos nada, solo que detengan los bombardeos", asegura.

Los médicos le han dicho que tendrá que pasar entre mes y medio y dos meses en el hospital: "Espero mejorar cuanto antes para regresar lo más pronto posible a mi país".

En otra habitación, hay un joven de unos 20 años con la pierna completamente destrozada, después de recibir el impacto de las esquirlas de dos obuses. A pesar de que fue intervenido, la extremidad todavía le supura y la sábana está manchada de sangre.

El joven, que también pide no ser identificado, explica que un médico en Homs aconsejó cortarle la pierna para salvarle la vida, pero lo llevaron a una clínica clandestina donde le cosieron la herida para poder trasladarlo al Líbano.

El viaje de un enfermo desde Siria al Líbano puede durar entre ocho horas y dos días, y, cuando llegan al país de los cedros, los médicos se preguntan en numerosas ocasiones cómo pueden seguir todavía vivos debido al lamentable estado en que se encuentran.

"La comunidad internacional debe intervenir para poner fin a la matanza. Somos seres humanos", afirma, recordando, con lágrimas en los ojos, que él mismo trató de salvar "a mujeres y niños con la cabeza destrozada".

También relata cómo los "shabiha" (milicianos del régimen) destruyen las casas y los depósitos de agua, además de detener y torturar a la gente.

"Aseguran que a muchas personas les sacan los órganos para venderlos una vez muertos bajo tortura", dice, sin emitir un solo quejido, al referirse a los "shabiha" como "sádicos".

A su lado, en otra cama, yace otro sirio al que, después de que la metralla de un proyectil le rompiese el coxis, deberán de ponerle uno de platino en los próximos días.

"Allí no pudieron ayudarme y me trajeron al Líbano. Nos costó ocho horas y me cambiaron seis veces de coche", recuerda.

La mayoría de los heridos que llegan al norte del Líbano son jóvenes, y entre ellos hay pocas mujeres, niños o ancianos.

Pero no basta con el tratamiento físico. A su alrededor se han formado también grupos de voluntarios que tratan de ofrecerles algo de calor moral para reparar las cicatrices de su cuerpo, y de su alma.