Margarita II, quien mañana cumple 40 años en el trono de Dinamarca, es una reina discreta que ha sabido modernizar la institución y que goza de gran popularidad entre los daneses, al tiempo que destacan sus inquietudes artísticas.

Cuatro décadas en la jefatura de Estado, a la que accedió tras la muerte de su padre, Federico IX, no han minado el apoyo a Margarita II, a la que según varias encuestas publicadas recientemente respalda cerca del 80 % de los daneses.

Asimismo, una amplia mayoría se muestra de acuerdo en que siga en el trono, pese a que a sus 72 años se ha empezado a especular con una abdicación en favor de su hijo Federico, el heredero, de 43 años.

Las razones de tan sólido apoyo a su figura se deben tanto a sus propios méritos como a la fortaleza de la institución, motivo de orgullo para buena parte de los daneses, que alardean de que su Casa Real es una de las más antiguas del mundo.

Aunque Dinamarca es un ejemplo de país moderno y de alto nivel de desarrollo, su sociedad ha mantenido a la vez un elevado grado de homogeneidad, lo que se traduce en un arraigado nacionalismo y una fuerte vinculación con sus tradiciones y símbolos.

Entre ellos figura la Casa Real, que ha sabido adaptarse con pragmatismo a la evolución del país desde hace siglos, como demuestra, por ejemplo, el sosegado paso en 1853 de monarquía absolutista a constitucional, sin necesidad de una revuelta.

Margarita II ha continuado esa tradición y evitado inmiscuirse en política, manteniendo a la monarquía alejada de los escándalos que han asolado a otras, como a la vecina Casa Real sueca, debilitada por las infidelidades y correrías nocturnas del rey Carlos XVI Gustavo, cuyos deslices dialécticos han sido además notorios.

La Casa Real danesa también ha sufrido en los últimos tiempos algunos escándalos menores, como los lamentos del príncipe consorte Enrique al sentirse menospreciado o el divorcio del príncipe Joaquín, pero ambos fueron resueltos con normalidad y sin que la institución ni la reina se vieran afectados por ellos.

Con la misma naturalidad, Margarita Alejandrina Thorhildur Ingrid, su nombre completo, ha evitado que la monarquía quedara anquilosada en el tiempo, como ha ocurrido en otros países europeos.

Aunque la monarca danesa, hija de los reyes Federico IX e Ingrid, no se pronuncie sobre política, eso no implica que no aproveche sus discursos para llamar la atención a los daneses sobre algunas cuestiones, pero más bien a la manera de una tía que regaña a sus sobrinos.

Y eso lo hace en especial en su discurso de Fin de Año: escucharlo es una tradición de la que pocos daneses prescinden.

Esa adhesión mayoritaria a la Casa Real no impide que sus miembros y sus deslices sean uno de los temas favoritos de los tabloides o que grupos antimonárquicos impulsen campañas con carteles de la reina y los príncipes guillotinados sin que a las autoridades se les ocurra intervenir.

A su condición de reina cercana y discreta añade otro punto a su favor: su variada faceta artística, que incluye desde los decorados y el vestuario de ballets, obras de teatro e incluso películas; al diseño de los monogramas de los miembros de la Casa Real o su afición por la pintura.

Y esa prolífica y duradera actividad es apreciada en Dinamarca, sobre todo por su condición de mujer, a pesar de que reputados críticos de arte hayan puesto en duda la calidad artística de sus pinturas, lo que no ha impedido que prestigiosos museos le dediquen exposiciones.

Fumadora empedernida, aunque desde hace unos años ya no lo haga en público, y enemiga de los teléfonos móviles, esta septuagenaria madre de dos hijos y abuela de siete nietos se ha mostrado emocionada y agradecida por el amplio programa de festejos elaborado para celebrar su aniversario.

Pero también ha dejado claro que no se le pasa por la cabeza abandonar el trono, que considera "un deber de por vida", con el que además dice sentirse "muy a gusto".