Con agricultores como Domingo Pérez Rodríguez, que mantienen un compromiso

con el entorno, la pervivencia de la Isla y la personalidad del vino están aseguradas.

Con agricultores de la visión y el compromiso de Domingo Pérez Rodríguez la pervivencia de la Isla está asegurada, salvo que sobrevenga una catástrofe natural.

Este hombre es un conocedor del mundo del viñedo por tradición, desde el bagaje que la memoria le ha legado con la herencia familiar y que se recibe, sin papeles ni escrituras, junto a las tierras y los aperos.

Es en unos suelos que acogen las viñas viejas que el abuelo de la mujer de Domingo compró al deán tras regresar a la isla desde Cuba, en las medianías de La Victoria, donde descansa el proyecto vitivinícola de Viña Estévez.

El primer paso consistió en concentrar las tierras para de esta manera evitar la parcelación que resulta de las heredades y la dispersión del viñedo. A partir de entonces, Domingo se afanó en poner en explotación unas fincas en las que dominaba la variedad de listán negro y a las que ha ido sumando baboso y vijariego negro, por sus potencialidades en cuanto a color y acidez.

Con las viñas dispuestas en espaldera, separadas las hileras en calles que mantiene una distancia de dos metros, el uso de avena, chochos y habas para oxigenar y nutrir el suelo, proporcionando abono en verde, la elaboración de compost y la mecanización de las distintas tareas, el equilibrio que se obtiene cosecha a cosecha ya apunta al alumbramiento de un vino tradicional, que atesora un carácter personal y es distinguido por los consumidores.

Las perspectivas de Domingo son las de mantener un umbral de producción de unas 1.200 botellas, asegurando así los estándares de calidad del vino que se embotella bajo la marca Viña Estévez y su comercialización.

Valdría la pena que ejemplos como el que representa este viticultor se conocieran en diferentes ámbitos, tanto en los educativos como en los profesionales.