Culminó la "Navidad profunda", época de hartadas indiscriminadas con platos de regia elaboración y lustre, y también de incursiones continuas en tascas y bares para brindar.

Estos días, en los que todo retorna a la "normalidad", apetece cocina más de casa, más al alcance de los gustos sencillos pero, al fin y al cabo, contundentes. Especialidad de bocado: croquetas. De volumen intermedio, visualmente amable, que pueda zamparse en dos atacadas de tenedor o incluso con los dedos, que es como saben.

La masa, para mí, debe estar suave, nunca en esos extremos desagradables de liquidez, grumos o amazacotamiento. De cualquier forma, el punto exacto que debe mostrar una simple y amable croqueta se debe generalmente a la mano del cocinero, que ahí es donde está implícita la personalidad del autor.

Sin ser ésta una especialidad, la de esos fritos, por la que tampoco vayan a cambiar nuestros asuntos vitales, reitero que la croqueta tiene ese indudable tirón culinario que puede llegar a medir, afirman algunos entendidos, el verdadero nivel de un restaurante.

Recuerdo mientras escribo, entre otras, las de cigala de Javier Hernández-Haba; la de boletus, de Arkaitz Soto, y otras tantas que cayeron con el "zurito" de vino blanco: de bacalao, ibérico, espinacas, zanahoria y hasta de plátano y gofio; también la de fabada de la tasca Trasgu de Amador González.

En la cuesta de enero, supongo que somos nosotros, en vez de las croquetas, a los que ahora toca freírnos vivos, supongo, rebozados en el escenario de la puesta en escena de nuestras prisas y problemas variopintos al modo de ensaladilla rusa con sus tropezones. Toda una ristra de incógnitas que afectarán en cascada al bienestar de los ciudadanos mondos y lirondos, y a la economía de la restauración, claro.

Espero que esta "controversia croquetil", sobrepasada la masa, no se nos venga en forma de "toniques" de esos que nos ponen en muchos bares como matahambres, porque, tal como lo veo, en 2012 tiene pinta que estará la cosa como una piedra de dura, a pesar de que con la masa siempre pueda haber esperanza antes de freír.

Pues eso, que ahora toca lidiar, también, con la "mala bechamel".