En ocasiones abro los comentarios con reflexiones o una introducción que sirva para allanar por dónde van los argumentos de la cocina a tratar. Sin embargo, por género y eficacia en el manejo de las brasas, hoy no caben "doctorados" para afirmar que las propuestas que podemos encontrar aquí son sencillamente excelentes.

Crean que la medalla de localizar el establecimiento sauzalero ha de otorgarse a uno de esos buenos -y sabios amigos- que telefonean: "¡Te voy a llevar a La Churrasquita... y verás!". En esas que me veo, copa de tinto Pergamino en mano, en un rincón fresco de este espacio agasajador, guiado por Ana Arricivita Verdasco, propietaria y que lleva la atención en sala.

Desde la mesa ya se aprecian estimulantes aromas de la parrilla a cargo de Fernando Martín Robles. Este maestro parrillero argentino me demuestra a las primeras su destreza en las brasas con unas mollejas (pieza de la glándula cercana al corazón) soberbias, que evidencian la meticulosidad en el corte y punto de fuego.

Los amantes de las carnes exentas de "objetos no identificados" van a constatar sabores limpios, nítidos, que no están "abotargados" con los humos y cenizas de los fogones, luego tan indigestos.

Me quedan pocas líneas y quiero aprovechar para presentar otro de esos cortes prodigiosos y riquísimos: el ojo de bife, aquí al lado, captado por el objetivo de Expósito. Colosal, sin nada (quizá una de las ensaladas de la casa o el golosísimo chimi-churri de la casa, que recomiendo vivamente).

Fernando maneja un amplio universo que se puede ir probando gradualmente (de las entrañitas a un conejo limpio y deshuesado estupendo). Yo, con estas evidencias y como el amigo antes mencionado, animo: "¡Vente a La Churrasquita!". (Avda. Inmaculada Concepción, 52; 922 57 20 28).