QUE EL GÉNERO EPISTOLAR, del que existen muchas joyas en la literatura universal, está en franca decadencia y, seguramente, en peligro de extinción, es algo que salta a la vista. Otra cosa, que podría llevarnos muy lejos es cómo los escribe, con total desprecio a la ortografía y absoluta ignorancia de la sintaxis.

Sea como fuere, los avances electrónicos han puesto fecha de caducidad al hábito de escribir cartas. Esos mismos avances deberían haber servido, sin embargo, para dar lustre a otro tipo de cartas: las de los restaurantes. Pocas cosas serán hoy más sencillas que teclear las propuestas de cada día, con su precio, en el ordenador e imprimir unas cuantas copias para suministrárselas a la clientela cuando se siente a la mesa, en un "estuche" más o menos cuidado. Pues... va a ser que no.

Dejando aparte a las casas de comida de menú a precio fijo y "de pizarra", absolutamente entrañables, hay varios sistemas de informar al cliente de lo que puede pedir. Yendo de abajo arriba, tenemos la clásica casa en la que le "cantan" a uno la carta... omitiendo, por supuesto, la columna de la derecha: le dicen a uno lo que hay, pero no lo que cuesta; e informar de este pequeño detalle es, me temo, obligatorio. Pero todo el mundo, hosteleros y comensales, pasa por alto la cuestión. Mal hecho.

Hace unos días, en mi ciudad natal, fui a comer a un restaurante que goza de un bien ganado prestigio. Me pusieron en la mano una carta, bonita ella, llena de propuestas apetecibles: mariscos, una veintena de entrantes, una docena larga de platos de pescado, otro tanto en el capítulo de carnes... De lo que nadie me advirtió fue de que esa carta reflejaba no lo que había ese día, sino lo que podría haber habido.

¿Más cosas? Sí: la carta misteriosa. Esa que te informa de que hay un menú "A" que consta de un aperitivo, dos entrantes y, a elegir, un pescado o una carne, además de dos postres, y un menú "B" en el que los entrantes son tres y no hay que elegir entre pescado y carne, porque incluye ambas cosas. Cuáles sean esos entrantes, esos pescados o esas carnes... ¡ah! Misterio.

Pero hacer una carta de restaurante coherente, en la que se informe de lo que se ofrece ese día, y no el mes pasado ni el que viene; en la que se dé una mínima idea de cada propuesta, sin abrumar con palabrería inútil... y en la que se especifique lo que cuesta cada cosa, no debería ser cuestión, en la era de la informática, de más de diez o quince minutos. Háganlo. Ya ven: los grandes restaurantes son modélicos también en este apartado.

Así que... por favor, la carta.