A veces la gente se cree lo que no le ha pasado y no se cree lo que sí le ha ocurrido, pero Gabino Diego no quiere desvelar qué parte es qué en "Una noche con Gabino, diez años después", una nueva versión de sus memorias teatrales en la misma clave del humor que le ha permitido sobrevivir hasta ahora.

"El humor me sirve para ver el lado positivo de las cosas y para no dejar que llegue la sangre al río", asegura en una entrevista el madrileño, el "eterno zangolotino" que gracias a un físico "especial" y una genética más especial aún sigue más cerca del jovencito de "Las bicicletas son para el verano" o "Ay, Carmela" que del "señor de 46 años" que es.

Esta obra, que se estrena el día 18 en el Teatro Amaya, es una revisión de un clásico de su repertorio, con la que ha estado en cartel entre 2004 y 2011, y en la que Gabino, su personaje, mete al espectador en un viaje en el que tropieza con personajes tan distintos como su abuela, Angela Merkel o el presidente de Uruguay.

En su devenir aparece la música, el éxito, el fracaso, el amor..., de todo un poco, una sinfonía de estilos en el que juega con la cuarta pared, el monólogo al puro estilo griego, el cuentacuentos o la "stand up comedy".

El espectáculo, que ha estado el último año "rodándose" por distintas ciudades españolas, tiene una buena parte "escrita", pero otra, que tampoco desvela, ha salido a partir de la reacción del público.

No hay guiños a la actualidad, a pesar de que aparezcan "personajes" como Barak Obama o José María Aznar, y por eso no se menciona, por ejemplo, a Luis Bárcenas: "eso a la próxima", se ríe.

Es una hora y media en la que Diego habla de todo lo que quiere hablar, del progreso, del tiempo o de los actores que se han ido y con los que él ha tenido la inmensa suerte de trabajar, de Fernando Fernán Gómez a Alfredo Landa.

"Con 46 años es normal que los maestros se vayan. La vida nos va pegando estos palos, pero es verdad que son actores que pensamos que nunca se irían. Dejan un vacío extraño y lo único que se parece a eso que hacían ellos es el teatro, lo que nos humaniza en esta sociedad llena de maquinitas", subraya.

Le parece "fundamental" que la gente abandone su "burbuja" y se codee con gente que no se conoce para vivir juntos "la ceremonia del teatro" y por eso es a lo que más dedica sus esfuerzos.

El cine, dice, "sigue ahí" pero es "muy duro" hacer una película "que ha costado mucho dinero" y "encontrártela a la semana en el top manta. "Eso es lo que ha hecho el tan traído progreso", lamenta.

El actor, que comenzó en el cine a los 17 años, se reconoce como un "afortunado" por una carrera en la que ha trabajado "con los mejores" y con obras maestras como "El viaje a ninguna parte" pero también "otras", "porque no siempre haces un peliculón en el que te estás riendo todo el tiempo con calidad, como en ''Belle époque''".

"Fernán Gómez contaba que cuando su representante le decía ''esta película no la hacemos, que no es de tu categoría'' él replicaba ''pues entonces hacemos la otra ¿no?'', es decir, que si no tienes alternativa tienes que hacer lo que hay".

Él siempre ha intentado que sus personajes tuviesen vida, un recorrido, "que luego pueden salir peor o mejor", pero puede presumir de haber hecho siempre lo que quería.

A él le hace reír lo absurdo, lo inesperado como, y lo recrea con acento incluido, el momento que pasó en un taxi de Zaragoza cuando otro taxista le estuvo dando las gracias por la emisora por la recomendación que había hecho en una cadena de radio de un libro. "Eso no le pasa en Nueva York ni a Robert de Niro", se parte.