SABEMOS que no existe actividad humana que no lleve implícito correr algún riesgo. Siempre existe la probabilidad de que suceda la contingencia no deseada. Actividades como la industria del transporte aéreo o la nuclear también están expuestas, aunque sorprende saber que el riesgo de sufrir un accidente al pasear por la calle es mayor que el riesgo de sufrir un accidente en las industrias antes mencionadas.

Llegados a este punto debemos hacernos una trascendental pregunta: ¿somos capaces de calibrar el riesgo?

En el mundo financiero ese es uno de los grandes desafíos al que nos enfrentamos. Ser plenamente conscientes del riesgo que queremos soportar es crítico. Lograr una adecuada distribución de nuestras inversiones, que muestren un binomio rentabilidad-riesgo idóneo a nuestro perfil, es el objetivo de todo asesor financiero.

Sin embargo, conocer ese nivel óptimo de riesgo no resulta tan sencillo como pueda parecer. Existen multitud de experimentos que demuestran que los inversores no profesionales no están adecuadamente "calibrados" para establecer parámetros realistas de riesgo.

Por ilustrarlo con un ejemplo real, preguntando a un inversor qué muestra más riesgo, si su cartera de acciones de Telefónica cuando el mercado está subiendo o su misma cartera cuando el mercado baja, se decantó claramente por la segunda opción. De hecho, su aversión al riesgo subía rápidamente cuando las acciones de Telefónica bajaban, cuando su cartera tiene el mismo riesgo que cuando Telefónica sube en bolsa.

Esto tiene importantes consecuencias en la gestión de su patrimonio financiero. Por mucha letra pequeña que el potencial inversor lea respecto a la propuesta que le hace su entidad, ¿hasta qué punto tiene la capacidad de entender completamente el riesgo de ese producto, o si es idóneo para sus necesidades y circunstancias personales?

Tal vez, un ejemplo paradigmático de lo anterior sean las participaciones o acciones "preferentes". Desde luego, eso de "preferente" suena bien. Como los seres humanos estamos diseñados para evitar el sufrimiento, y además no nos gustan las malas noticias, tendemos a quedarnos solo con lo bueno. La única "preferencia" que otorgaban era ocupar el lugar inmediatamente anterior en el orden de prelación a las acciones ordinarias. A cambio, se otorgaba una remuneración ligeramente superior a la que ofrecía un activo de similar características del mismo emisor.

Pero esa remuneración extra ¿compensaba el riesgo de ocupar el penúltimo lugar para cobrar en el caso de la liquidación del emisor? ¿Compensaba la posibilidad de no cobrar en caso de que el emisor no obtuviera beneficios suficientes para atender sus compromisos? Esa remuneración extra ¿compensaba el riesgo de iliquidez que podría producirse en determinadas circunstancias? Finalmente, ¿compensaba la posibilidad de que esas acciones preferentes se convirtieran en deuda perpetua?

¿El inversor entendía claramente lo anterior? Y si así fuera, ¿encontraba esa rentabilidad extra suficiente para remunerar esos riesgos añadidos?

Creo firmemente que, junto con la formación especializada, la capacidad de comprender y gestionar el riesgo se adquiere desde la práctica y experiencia profesional en los mercados. Es responsabilidad del asesor ayudar al potencial inversor a identificarlo y gestionarlo adecuadamente.

de inversión

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